¿Qué deja un poeta… cuando muere?
A Mario Benedetti.
¿Qué deja un poeta… cuando muere?
Su palabra. Y la fidelidad de aquellos, crédulos de la palabra misma, que la evocan, la conservan, la restauran, la limpian del polvo de los días, la pulen de las posibles manchas del olvido. La refrescan, la recitan, la recrean, la reinventan.
¿Qué deja un poeta al despedirse por vez última?
Su lenguaje. Ese lenguaje de los otros hecho de sus palabras mismas, de las palabras que del corazón, van a su voz a algún papel y de ahí a la memoria. Que se vuelve canto luego, plegaria colectiva, grito o risa contagiosa, himno que viaja por los vientos, de aquí para allá, por doquier, como estandarte de la soledad y de las multitudes.
¿Qué deja un poeta, cuando se marcha para siempre?
Su sentir. Y el vaivén de ese sentir sobre los otros, como olas que nos mecen, a veces tormentosas, a veces calmas, a veces misteriosamente quietas, en este mar de cosas imprevistas por donde caminamos para luego despedirnos…sorprendidos.
¿Qué lega un poeta a los que le suceden en la muerte?
Su soledad. La soledad que vertió sobre las horas, que germinó con las palabras y los espacios entre ellas: los silencios. Granos de arena superpuestos, de tal forma, que guardan mágico equilibrio en esa escultura frágil que se sostiene con la espera, con el tiempo, ese tiempo en que se hilvana la absoluta soledad de todo aquel que crea, que agrega algo nuevo a lo que existe con el prodigio del secreto.
¿Qué hereda entonces, el poeta a los que le sobreviven?
Su misterio. El misterio del poder sutil de su alquimia de los elementos. Pues, ¿qué más frágil que el lenguaje? Qué más frágil que una palabra sola, incorpórea, sin coraza, sin escudo, sin hueso, sin sustancia y sin embargo, invencible, inasible, indestructible, atemporal, maravillosa. Dones venidos del misterio que se va, con el que muere.
¿Qué nos regala el poeta cuando ya esta ausente?
Su silencio. El silencio del que espera, el silencio del que crea, el silencio del que añora, el silencio del que sufre -pero que no puede sufrir en silencio y por lo tanto escribe-; y el silencio mismo del que escribe, y el silencio mismo del que muere, -pero que no muere en silencio, pues su muerte es sonora, como sonoras las palabras con las tejió el códice de su escritura… en las horas del silencio.
¿Qué nos deja escondido aquel poeta, que se marcha?
Su dolor. El dolor de sus ausencias, sus muertes, sus exilios, sus pobrezas. El dolor de sus derrotas, de su desamor, de su sed insaciable de agua fresca, de vinos puros, de pan, de leche para todos. Del dolor que brota de los crucificados.
¿Qué olvida atrás el poeta que fallece, para que se lo guardemos?
Su amor su amistad su esperanza su utopia
Sus nostalgias sus exilios sus recuerdos
Sus noches de luz sus días negros
Sus sueños sus retornos
Su arco y su lira, sus odas, su reloj de arena, su ajedrez, sus once letras, su canción de cuna, su paz y su flor pura, su elegía y sus heridas, su camino de andares, su táctica y su estrategia, su defensa de toda la alegría, su poema de amor, sus letanías.
Jorge Castellón
Mayo de 2009
A Mario Benedetti.
¿Qué deja un poeta… cuando muere?
Su palabra. Y la fidelidad de aquellos, crédulos de la palabra misma, que la evocan, la conservan, la restauran, la limpian del polvo de los días, la pulen de las posibles manchas del olvido. La refrescan, la recitan, la recrean, la reinventan.
¿Qué deja un poeta al despedirse por vez última?
Su lenguaje. Ese lenguaje de los otros hecho de sus palabras mismas, de las palabras que del corazón, van a su voz a algún papel y de ahí a la memoria. Que se vuelve canto luego, plegaria colectiva, grito o risa contagiosa, himno que viaja por los vientos, de aquí para allá, por doquier, como estandarte de la soledad y de las multitudes.
¿Qué deja un poeta, cuando se marcha para siempre?
Su sentir. Y el vaivén de ese sentir sobre los otros, como olas que nos mecen, a veces tormentosas, a veces calmas, a veces misteriosamente quietas, en este mar de cosas imprevistas por donde caminamos para luego despedirnos…sorprendidos.
¿Qué lega un poeta a los que le suceden en la muerte?
Su soledad. La soledad que vertió sobre las horas, que germinó con las palabras y los espacios entre ellas: los silencios. Granos de arena superpuestos, de tal forma, que guardan mágico equilibrio en esa escultura frágil que se sostiene con la espera, con el tiempo, ese tiempo en que se hilvana la absoluta soledad de todo aquel que crea, que agrega algo nuevo a lo que existe con el prodigio del secreto.
¿Qué hereda entonces, el poeta a los que le sobreviven?
Su misterio. El misterio del poder sutil de su alquimia de los elementos. Pues, ¿qué más frágil que el lenguaje? Qué más frágil que una palabra sola, incorpórea, sin coraza, sin escudo, sin hueso, sin sustancia y sin embargo, invencible, inasible, indestructible, atemporal, maravillosa. Dones venidos del misterio que se va, con el que muere.
¿Qué nos regala el poeta cuando ya esta ausente?
Su silencio. El silencio del que espera, el silencio del que crea, el silencio del que añora, el silencio del que sufre -pero que no puede sufrir en silencio y por lo tanto escribe-; y el silencio mismo del que escribe, y el silencio mismo del que muere, -pero que no muere en silencio, pues su muerte es sonora, como sonoras las palabras con las tejió el códice de su escritura… en las horas del silencio.
¿Qué nos deja escondido aquel poeta, que se marcha?
Su dolor. El dolor de sus ausencias, sus muertes, sus exilios, sus pobrezas. El dolor de sus derrotas, de su desamor, de su sed insaciable de agua fresca, de vinos puros, de pan, de leche para todos. Del dolor que brota de los crucificados.
¿Qué olvida atrás el poeta que fallece, para que se lo guardemos?
Su amor su amistad su esperanza su utopia
Sus nostalgias sus exilios sus recuerdos
Sus noches de luz sus días negros
Sus sueños sus retornos
Su arco y su lira, sus odas, su reloj de arena, su ajedrez, sus once letras, su canción de cuna, su paz y su flor pura, su elegía y sus heridas, su camino de andares, su táctica y su estrategia, su defensa de toda la alegría, su poema de amor, sus letanías.
Jorge Castellón
Mayo de 2009
Publicado en:
Revista Hontanar. Australia
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