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Mostrando entradas de 2009

Carta de esperanza para un pueblo

Carta de esperanza para un pueblo. Que caiga la lluvia Que caiga un chaparrón Que caiga. No para botar las casas, mejor, para hacer crecer las siembras. Para adornar el dia de gotas luminosas, para lustrar las hojas de todos los amates. Que sople el viento Que sople un ventarrón Que sople. Que enrede los cabellos que estén sueltos, las ramas del mango y del naranjo, y que haga volar alto las piscuchas de esos niños nuestros, que han amarrado su risa con la punta del cielo. Que haga una tarde bonita cada día, que haga una tarde fresca. Que dure más allá que de las cuatro hasta las seis. Y que en esas tardes salgamos fuera todos, a sentarnos en bancos o cunetas, a platicarnos de cosas que queremos, a conversar de aquello que soñamos , y olvidemos - aunque sea por un rato-, todo lo que nos haya puesto tristes. Que se haga de noche, estrellada. Que se haga de noche, alunada. Y quedándonos fuera, abajo de los luceros, volvamos a jugar aquellos juegos: el ladrón librado, esconde el anillo, l

Un partido inolvidable.

Un partido inolvidable. Recuerdo que Jorge González -al que hoy llaman El Mágico-, jugaba esa noche por el lado izquierdo, es decir, exactamente frente a la platea del estadio, desde donde dos niños con sus narices pegadas a la baranda de alambre -mi hermano y yo-, lo veíamos, hipnotizados ambos, por esa tantas veces elogiada maniobra que lo hacia ver como un adulto diestro jugando contra niños. Con un elegante uniforme blanco, el equipo nacional enfrentaba al equipo de Haití. El “pajarito” Huezo por su parte, hacia aparecer pelotas que regalaba a aquel desmelenado jugador, para que éste las embrujara, pues por ese año 80, todavía se le conocía como La bruja. Iba y venia pues aquel muchacho creando su magia sobre el césped, como un prestidigitador con aquella pelota blanca, e iba y venia aquella algarabiílla de la gente en esa noche: zapateros, ingenieros, estudiantes, carpinteros, albañiles, médicos, minuteros, usureros, seminaristas, meseros, tapiceros, empleados, camioneros, abogado

El monumento al Divino Salvador del Mundo

El Monumento al Divino Salvador del Mundo. A partir del año 72, que pasamos a vivir con mi familia en las cercanías del estadio Flor Blanca, no teníamos otro parque más cercano para jugar, que aquel conocido como el parque de El Salvador del Mundo. Allá íbamos muchas tardes de domingo a saltar y correr en sus -para nosotros- inmensos espacios, y regresar, ya cansados, con la caída del sol, caminando despacio de regreso a casa, es decir a uno de los cuartos de ese enorme mesón que se encontraba en el lugar que ahora ocupa el edificio Seiko, sobre la 55 avenida sur. No quedan vestigios de nuestra antigua vivienda, sólo esa calle en la que solíamos jugar de noche, los niños de ese pueblito escondido que era el mesón Viana, si la suerte nos prestaba una pelota. Cuando hoy visito ese parque del Monumento, y sentado a su sombra veo esa calle que se pierde allá enfrente -afeada por abigarrados carteles de publicidad,- en su rumbo al centro de la capital, me convenzo, de que un monume

Simón Bolivar, el general desamparado

Simon Bolívar: el general desamparado. Por Jorge Castellón Lo veía siempre que yo pasaba por la esquina. Allí, oculto tras aquella enorme figura que se elevaba sobre sus patas traseras como queriendo tomar vuelo, como queriendo huir del suelo o quizás amedrentar a los transeúntes, que como yo, veíamos asombrados aquella escena extraña de un animal erguido, con las fuerzas contenidas en un intento estático, pero amenazante, mientras a sus pies, ajeno a esa acción intrépida en suspenso, la figura de un hombre yacía impasible, tendida sobre el suelo, a un palmo de las patas traseras de la bestia. Sobre los cartones, el hombre yacente parecía un cuerpo, que tras una ardua batalla había quedado insepulto, mientras el héroe de algún ejército vencedor, arribaba tardíamente a un poblado ya destruido, a expulsar a los bárbaros que huían del valor de aquel jinete. Porque aquella figura impresionante que se erguía, era un caballo y su jinete, un animal y un hombre, pero para el niño que era yo en

Qué nos deja un poeta...cuando muere

¿Qué deja un poeta… cuando muere? A Mario Benedetti. ¿Qué deja un poeta… cuando muere? Su palabra. Y la fidelidad de aquellos, crédulos de la palabra misma, que la evocan, la conservan, la restauran, la limpian del polvo de los días, la pulen de las posibles manchas del olvido. La refrescan, la recitan, la recrean, la reinventan. ¿Qué deja un poeta al despedirse por vez última? Su lenguaje. Ese lenguaje de los otros hecho de sus palabras mismas, de las palabras que del corazón, van a su voz a algún papel y de ahí a la memoria. Que se vuelve canto luego, plegaria colectiva, grito o risa contagiosa, himno que viaja por los vientos, de aquí para allá, por doquier, como estandarte de la soledad y de las multitudes. ¿Qué deja un poeta, cuando se marcha para siempre? Su sentir. Y el vaivén de ese sentir sobre los otros, como olas que nos mecen, a veces tormentosas, a veces calmas, a veces misteriosamente quietas, en este mar de cosas imprevistas por donde caminamos para luego despedirnos…sor

Las golondrinas del Teatro Nacional

Las golondrinas del teatro. Al pintor, Carlos Cañas Agarradas de esa tierna oscuridad que da el inicio de la noche, colgadas, se diría, del aire ya gris de las penumbras, orilladas quizás, en los relieves de aquellas paredes de blanco concreto; escondidas en los alfeizares, agazapadas bajo los arcos, protegidas por las recias columnas de su palacio, aquellas golondrinas, pequeñas y negras, esperaban. Y llegada esa hora donde todo es… desbandada, un ir y venir, un arremolinarse de apuros de las gentes allá abajo, también ellas, de salto en salto, buscaban posarse en los cables eléctricos de la calle, entre poste y poste, entre línea y línea, conformando una especie de escritura musical sobre líneas negras, en ese papel gastado de la mampostería gris de aquel teatro, era aquella una partitura de los elementos, de esa ciudad donde yo crecía.. El Teatro, sumergido en el centro mismo de esa sumatoria abigarrada de viejos edificios, y ocultado desde el suelo por la multitud… yacía siempre si

Aniversario de Monseñor Romero 2009

La esperanza como centro de la vida.* Si existe soledad, si existe el mal, si existe la abrumadora pobreza y la injusticia, debe haber esperanza, esperanza del bien, esperanza de justicia. No se puede hablar de las fuentes de la felicidad humana, sin hablar de los enemigos de esa misma felicidad. El centro, los centros de la vida, son siempre conquistas que se hacen en lucha contra algo que se opone a nosotros mismos, a nuestra realización de felicidad. La esperanza, es el alma de esa lucha: la persona que está lejos de su lugar amado, tienen la esperanza del retorno. La persona que ama, tiene la esperanza de un amor correspondido; la persona que crea, tiene la esperanza de alcanzar su obra máxima; la persona que ama al mundo, tiene la esperanza de una humanidad entera que sea feliz. La esperanza, no es una palabra vacía, no es una categoría perdida del lenguaje, no es una queja de la nada. La esperanza es un sentimiento real que toma vida en el mundo a través de personas reales en u

El Salvador: una historia de la barbarie

El Salvador: una historia de la barbarie. Terror contra esperanza. Política contra ética. Jorge Castellón. Surgimos con los volcanes en ese estrecho de mar entre dos continentes, y así, lo que iba a ser nuestro suelo, apareció de la lava de una y otra erupción, haciendo esa superficie delgada y heterogénea, de lagos y montañas, de ríos, de cuevas, de lo que hoy conocemos como Centro América. Esta fue nuestra virtud y nuestra desgracia. Con un suelo rico y fructífero abonado de ceniza, heredamos tanto la perenne furia de la tierra, como la abundancia gratuita de los campos. “Varios milenios antes de Cristo- dice David Browning- el hombre de El Salvador había adaptado a su tierra un gran numero de plantas alimenticias, entre las que figuraban el maíz, varios tipos de frijoles y de calabazas, y de chiles. Además de estos alimentos, otras series de plantas cultivadas en América central – aguacate, jocote, saúco, guayaba, zapote, papaya, tuna, tomate, cacao, maguey, tabaco, algodón, henequé