México. Las cúpulas del sol. Me despedí de México la última vez, por el mismo lugar por donde entré nuevamente a la gran ciudad, después de treinta y dos años de ausencia: La estación de Bellas Artes. Bajé las gradas que van hacia el subsuelo, mirando con tristeza, pero también con esperanza de volver a volver, las cúpulas doradas de sol de aquel blanco palacio que recordaba de antaño con confusión y entusiasmo. En ese año ochenta y cuatro lo había recorrido maravillado, mudo. Había visto por primera vez esos murales y me veía tan pequeño frente a su imponente altura y su universal grandeza. Miré, miré y miré, sin abarcarlos, dejándome llevar por esa primorosa curiosidad y sorpresa con las que se vive cada experiencia nueva de la vida en esos años infinitos de la más que primera juventud. Esta vez, a punto de cumplir mis cincuenta años, de la mano de mi hijo, irrumpí en la sala principal de Bellas Artes con el corazón en la otra mano. Me olvidé de pagar la entrada. R