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Carta a Manyula


Querida amiga,

Hoy me acorde de ti. Quizás porque me atrapó la nostalgia, tal vez la soledad, quizás la tristeza de sentirme lejos. Los años han pasado, muchos, y el recuerdo de ti es tan claro que a veces presiento que en lugar de ser recuerdo, formas parte de lo que me rodea, como sombra, como viento, es decir, algo tenue, pero que acontece en el presente. Mejor, concluyo que los recuerdos son presencias trasparentes que caminan con nosotros. Así, lo que cambia, es que pierden la corporeidad que tuvieron, y adquieren la traslucidad hoy visten.

Vienes desde mi infancia, desde esos domingos de alegría en los que me encontraba contigo, y me veías. Me veías con tus ojos nobles, con tus ojos tiernos, llenos de espera, de paciencia, de tiempo Siempre estabas ahí, en tu humilde morada marcada por tus pasos, tus ansias, tus arrebatos, tu eterna soledad. De regreso de verte, me marchaba con ese sentimiento de dejarte, de abandonarte, mas creo que, era yo el que me sentía abandonado de tu fortaleza, de lo que con tu presencia me enseñabas: la esperanza.

Lo digo, porque te observaba viendo hacia tu puerta, a veces nerviosa, expectante. Quizás esperabas a alguien querido que te prometió regresar y demoraba. Y siempre esperabas. ¡Ah mi Penélope triste, Penélope de mi corazón! Por eso entendías y entiendes bien nuestras nostalgias, porque las compartes. Creo más bien, que anhelabas el retorno de amigos que nunca regresaron. Se fueron para siempre, lejos, y ya no te recuerdan. O talvez soy injusto, muchos de ellos, han muerto, y todavía te recuerdan.

Espero que ahora, estés menos triste que cuando te vi la última vez. ¿Te acuerdas? Te visité con mis hijos, que juguetearon contigo. Supe que estabas triste por nosotros. Nos fuimos a despedir. Otra vez se repetía lo de tantas veces. Tu corazón ya albergaba demasiadas despedidas y mil y un recuerdos de medio siglo de lluvias, de sequías; de medio siglo de inundaciones, terremotos, de encuentros de metrallas, de helicópteros, de promesas; de niños y niñas con abuelos, que emigraron... Toda una historia se escondía en tus hombros, tu inclinada cabeza, tu silencio…

La verdad, es que te hermanaste con nosotros en el sufrimiento, y con nosotros, has compartido ya tanta pobreza, incluso el luto. Has visto morir a tus vecinos uno a uno, como nosotros a los nuestros. Tres generaciones de salvadoreños están en tu memoria. Pero no nos pongamos tristes, cuéntame de tus nuevos amigos, porque has de tenerlos. La vida siempre nos depara amistad y a veces al amor. ¿Te gusta siempre la lluvia? ¿Te gusta siempre la sandia, la lechuga y las bananas? ¿Guardas siempre esa alegría de niña al jugar a la pelota? ¿Siempre sigues despertando con la aurora? ¿Aún cantas? Cuéntame.

Espero verte pronto, y que veas, que compruebes, que de niño a cuarentón, te sigo guardando el mismo cariño de siempre, y te pienso, te pienso cuando reflexiono en lo poco que nos queda ya, de lo que nos hizo felices en el pasado, a nosotros, que hoy vagamos por el mundo y que de pronto, a la vuelta de la esquina, en el invierno, en el otoño, en el trabajo, al despertar, nos arroja la nostalgia a tu regazo.


Hasta pronto, amiga. Manyula de mis recuerdos.


Jorge Castellón

Publicado en Revista Contrapunto, El Salvador

Comentarios

digital ha dicho que…
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