La esperanza de un país.
No entiendo el trabajo de un maestro, ajeno a la utopía, al sueño, al deseo de un mundo mejor, vivible, justo. Por esa razón, toda persona con esa vocación es al final de cuentas, como educadora o educador, un/a humanista. Y es que –como dice el gran Stefan Zweig en su libro sobre Erasmo de Rotterdam-: “Humanista puede llegar a serlo todo aquel [y aquella] que sienta aspiraciones hacia la educación y la cultura; todo ser humano [ ], tiene acceso a esta libre comunidad… “.
Pero las personas partícipes de ese egregio grupo tiene frente a sí, no solo el orgullo de su pertenencia, sino – en el caso de El Salvador- la inmensa responsabilidad de su trabajo cotidiano: el trato esperanzador con la niñez y la juventud en un país casi desesperanzado. Este es un reto que excede las posibilidades individuales y exige las complementariedades más diversas de la familia, la comunidad, el municipio, el Estado. Pero exige sobre todo…creer en la educación, es decir, en las posibilidades de desarrollo espiritual de las personas.
Y aunque la educación por sí misma no cambia el mundo, sabemos que lo mejora inmensamente, puesto que, por otro lado, hemos ido dolorosamente aceptando con el tiempo, aquellas incómodas palabras de Octavio Paz cuando dice: “yo no creo que la política pueda ofrecer [por sí misma] una solución a los problemas fundamentales de la condición humana”.
Y junto a aquel esfuerzo individual y utópico, y a la falta de colaboraciones que la escuela tiene en un país donde la palabra familia, es ya un extraño término pegado en las paredes de las Unidades de Salud y los ministerios, hay algo que nos queda todavía…
Hace menos de un mes, Alma Guillermoprieto - la prestigiosa escritora y periodista mexicana-, cuenta en un más que excelente artículo, que saliendo de la ciudad de Cinquera, se detuvo a conversar con un grupo de estudiantes que en ese momento salían de clase.
“Todos muy formales y con sus uniformes limpísimos -dice la que junto a Raymond Bonner visitara el Mozote a dos semanas de aquella matanza-. Todos eran fuertes y sanos, a diferencia de sus padres—aquellos campesinos con los cuerpos tallados por la pobreza. Fue una sorpresa, pero luego vino otra: todos tenían claro que al terminar el bachillerato irían a la universidad. No sé a qué atribuirle ese cambio radical, esa capacidad de ser ambiciosos y dar por sentado que tenían derecho a serlo”
Y en su reflexión sobre de dónde venía esa esperanza en medio de un pueblo “marginado y pobre”, cierra su artículo comparando el incansable trinar de los pájaros que en su breve estadía escuchara cada tarde, con el parloteo de aquellos muchachos y muchachas que van “bordando un quehacer infinito y alegre a lo largo de los días”, confirmándonos, que “la vida es siempre más fuerte que nuestra capacidad de matar.”
Y es esa fuerza de vida, invencible, la que el educador y la educadora salvadoreña aun tiene en sus manos…el deseo de una vida mejor, pese al pasado, a la soledad de los padres idos, a la violencia cotidiana, al temor. Bella y trágicamente, es con esa fuerza de vida con lo único que cuentan por seguro, para reivindicar la educación en base a esa esperanza; para revalidar la escuela dignificando la fuerza de esa vida; para alimentar la sabia de las aulas con nuestro mejor tesoro todavía no perdido.
Uno de los últimos libros escritos por Paulo Freire, La pedagogía de la Esperanza ( Siglo Veintiuno Editores, 1993) se cierra con un comentario sobre la visita que el pedagogo y su esposa hicieran a El Salvador en Julio de 1992. Es precisamente ese último párrafo (página 191) el que devela su convicción como educador y escritor, como pensador y humanista:
“Las más duras dificultades, las carencias y las necesidades del pueblo, las idas y venidas del proceso que depende de muchos factores para solidificarse, nada de eso ha disminuido, en Nita y en mí mismo, la esperanza con que llegamos a El Salvador, con que vivimos una semana en El Salvador y con que dejamos El Salvador.
La misma esperanza con la que termino esta Pedagogía de la Esperanza.
P.F.
Septiembre de 1992”
Esta esperanza que aquella escritora ve, y que el más importante educador de nuestro continente viera hace dos décadas, reflejada en la gente de un pequeño país, es un fuego encendido que arroja luz – intermitente, sí, pero luz al fin- hacia el porvenir de nuestras más queridas utopías.
Jorge Castellón
Junio 20 2011
Publicado en : Contrapunto. El Salvador.
http://www.contracultura.contrapunto.com.sv/columnistas/la-esperanza-de-un-pais
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