Un encuentro con Kundera
Leer, escribir y comentar parece ser un proceso que para el escritor o la escritora, es siempre una tarea de creación constante. Esa persona que escribe y lee, recrea quizás esa lectura desde una posición distinta al lector común. Y esa re-creación de la lectura se expresa tanto en su escritura, como en su reseña de la obra ajena, en su comentario de un oficio que bien conoce.
Probablemente sea cierto que el escritor o la escritora, lee escribiendo y escribe leyendo, pero no es menos cierto que al pensar en la obra ajena, al comentarla, pasa de la lectura y la re-lectura, a una nueva literatura nunca menos bella o efímera: al artículo o al ensayo literario. Y muchas veces, en esa re-lectura inacabada -que por un momento se detiene en ese artículo o en ese ensayo-, se atisba un camino, se descubre una tendencia, se devela una verdad, hasta entonces desconocida para todos.
Hay dos antecedentes importantes de este tipo de literatura en Latinoamérica, uno, son los ensayos contenidos en La geografía de la novela (1993) de Carlos Fuentes, y el otro es La verdad de la mentiras (1990) de Mario Vargas llosa. Ambos novelistas, lectores asiduos, nos ofrecen una perspectiva nueva y lúcida, pero también humanista, de ese género que Fuentes ya ha llamado “el espacio donde convergen todos los géneros”. Y en este sentido ambos hablan en esas obras –con hondura y pasión- sobre lo que más conocen y aman: la novela misma
Del lado europeo, con El arte de la novela (Tusquets,1986), Milan Kundera ya había mostrado su ingente capacidad de elaboración interpretativa del género. Ahí, el escritor resalta que “descubrir lo que solo una novela puede descubrir es la única razón de ser de la novela” y se adentra en esa perspectiva que ve a la novela como una manera –quizás superior a la ciencia y la filosofía- de conocer los diferentes aspectos de la existencia humana, es decir, ese cotidiano ensayo de la ambigüedad, permitiendo que se rescate –dice Kundera- a “un a un ser olvidado”: el ser humano.
Siguiendo esa perspectiva, en su último libro de ensayos breves, titulado Un encuentro (Tusquets, 2009), el autor checo, despliega una profunda comprensión y justipreciación de una serie de obras literarias (novela y poesía) y artísticas (música y pintura) desde puntos de vista poco comunes -y por lo tanto novedosos-, y es capaz de, por un lado, ahondar en sus significados como obra artística, y por otro, acercarse a varias obras y encontrar su “factor común”, el hilo invisible que las reúne, el resplandor que las asemeja.
Un encuentro, es un libro que comenta sobre literatura, poesía y música, como solo un gran escritor interesado por lo universal y por la infinita cultura humana, puede hacerlo. En el capítulo que titula Novelas, sombras existenciales, el autor hace gala de su fina intuición literaria y es capaz, con la mayor economía de palabras posible, de regalarnos la más profunda observación sobre esta y aquella novela, que para él, ha marcado el paso en la escritura narrativa contemporánea. Nos devela los rasgos sustanciales, la novedad artística, la esencia alegórica, la universalidad que toda gran obra de arte contiene.
De Cien años de soledad, dirá, por ejemplo, que con ella, la era de la novela –como antes la veíamos- terminó, y que “el tiempo del individualismo europeo ha dejado de ser su tiempo”; que la novela se abrió a partir de entonces, al advenimiento de la “procreación” del personaje en multitud de personajes: grupo, familia, comunidad, pueblo. El individuo dejó de ser el centro de la novela.
Destacan a la vez, otros temas -¿ y qué tema no es humano?-: la naturaleza de lo cómico en Dostoievski; la sensualidad en la narrativa de Philip Roth; los recuerdos, en la novela de Juan Goytisolo; la esencia de las edades, en Gudbergur Bergsson, entre muchas alusiones interesantísimas sobre autores y obras, que se escuchan poco, pero que al ser reseñadas, se nos hace descubrir su enorme significado y universalidad: Schönberg, Beckett, Xenakis…
El libro recorre las obras hilvanándolas con temas como la libertad, la tradición, la alegoría, la soledad, la memoria. Y al final del libro, Kundera se adentra en el lenguaje secreto, en la infinidad simbólica a la que siempre aludía Borges en el texto literario, y he ahí, sus visiones, llamémosles así, de esa que el titula la Archi-novela: La piel (1949), del italiano Curzio Malaparte. Es este un comentario audaz, fino, esclarecedor, creativo. Una inesperada lectura de los símbolos y las terribles alegorías de la literatura, y uno pasa a confirmar lo que el mismo Borges acierta: “[ que la novela, la literatura] es un símbolo múltiple, un símbolo capaz de muchos valores, acaso incompatibles [ ].” Y desde donde es fácil imaginar que quizás El Aleph… no es otra cosa más, que la misma escritura.
Al leer uno de estos textos breves de Kundera, el escritor logra su cometido: la invitación a la lectura, y con ello, a la re-escritura de esos libros.
Jorge Castellón
Publicado en : Contrapunto. El Salvador
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