Sigo con la música. Ejerzo mi derecho de buscar las formas de ser feliz, aunque sean éstas, un momento efímero.
Me complazco en sentir que lo que descubrimos por nosotros mismos, es lo más bello. No lo que otros quieren que veamos, que escuchemos, que sintamos. No ese ruido despreciable de lo falso, con su brillo molesto de lentejuelas.
Me voy acostumbrando poco a poco, a quedarme- como pasa con los libros- con lo que es fundamental, con lo verdadero, venga de donde venga.
El resto es nada.
Aqui, un piano, un poema musical que se abreva en la infinita creatividad de un genio nonagenario,
Allá, descubro melodias, voces, cantos, tonalidades, colores de sonidos y de notas que nunca sacian y que jamás acaban de decirnos qué es la voz humana.
Genios olvidados, volcanes de fuego que son de otros mundos, rostros absortos en su canto, almas ahogadas en su música.
Monstruos del sentimiento
Qué es esta pasión que nos ayuda a vivir, que llamamos música.
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