El emprendimiento como cualidad humana.
La
evolución del lenguaje, sus cambios y contenidos semánticos, se enriquecen y comprenden mejor a través, no
solo de su escrita etimología, sino de la
consideración sociológica y política del lenguaje mismo. No sé si existe la
sociología del lenguaje o la política del lenguaje como ciencia, pero debería
de existir de manera sistemática, digo, un estudio de las connotaciones
semánticas de las palabras a través de sus sustanciales conexiones con el mundo
complejo de la vida de las persona en su
medio social, en sus escenarios grupales.
Una
palabra significa varias cosas con el correr del tiempo y en un lugar
determinado; en ese espacio-tiempo donde acontece la vida diaria de personas que encarnan ideas y aspiraciones
y que se relacionan entre si.
Porque,
todo contenido semántico es, a mi entender, una construcción histórica-social,
es decir, si hay algo que cambia constante y creativamente al paso de la realidad
social misma, al ritmo de la interacción
y la vida cotidiana de las personas y los grupos en su medio
social, eso es el lenguaje. Realidad
humana en permanente construcción, cambio y desuso.
Brevemente
este artículo se ha de referir al
contenido semántico que desde hace mucho tiempo ya, da significado, en un contexto social y
cultural muy amplio, a la palabra, o al
grupo de palabras vinculadas conceptualmente al significado que le hemos venido
dando al termino Empresa o Empresario.
Palabras que en la mayoría de los casos han quedado reducidas a su relación con
el mundo comercial o al ámbito de la actividad humana con fines de lucro..
Este
hecho, derivado de un sistema económico que alienta la libre empresa y el libre
mercado como ideología social y económica, como cultura de vida, resta
importancia, mejor, invisibiliza, no
solo la riqueza conceptual de la palabra misma, sino, lo que esta palabra o
grupos de palabras, refieren o pueden referir de la realidad social, es decir, qué,
quiénes y porqué otras personas o grupos de personas no vinculadas a la
actividad comercial misma, representan quizás con mejor claridad la profundidad
semántica de estas palabras.
La
etimología de esta familia de palabras- si se me permite la expresión- señala a apprehendere (atrapar) como
la “raíz” latina común de ese grupo,
donde no solo aparece empresa y empresario, sino también aprender, prender o sorprender,
al cambiarse aquella palabra a una más sencilla en su morfología: prendere.
Tan
solo como referente, la Real Academia Española, prescribe que Empresa (del italiano impresa) es la “acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución
requiere decisión y esfuerzo”. Y en un
segundo momento, define la palabra como la “unidad
de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de
prestación de servicios con fines lucrativos.” Es decir, se aceptan, como en toda palabra,
una variedad de relaciones semánticas, y por lo tanto de diferentes significados
contextuales. Facultad de la palabra que no la parcializa, sino que le da la
oportunidad de profundizarse y extenderse.
Por
su parte la palabra emprender, (del lat. in, en, y prendĕre, coger), se define como la acción de “acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente
si encierran dificultad o peligro” Y que “la acción y el efecto de emprender”, se
llama Emprendimiento.
Planteado
así su origen y sentido, no es difícil deducir entonces que la persona que toma la decisión de hacer algo,
iniciar algo, comenzar algo, alcanzar una meta, atrapar un fin, y que en ese
intento, enfrenta dificultad, adversidad o peligro; y que por lo tanto, ha de
requerir de esa persona su atención, conocimiento, habilidad e inteligencia, o
mejor, su esfuerzo y quizá su pasión, es
una persona que tiene en su vida un Emprendimiento, un cometido. Que realiza
una Empresa y que Emprende el camino hacia ese fin.
En
ese amplio sentido, ser empresario, no se reduce, o minimiza, a la acción de
iniciar una actividad comercial, ni mucho menos. Es un empresario o una
empresaria también la persona que emigra, que emprende camino a otro país,
arriesgando su vida, por alcanzar un mejor bienestar para su familia. Lo es
aquella mujer que inicia el esfuerzo de aprender a leer, o la que decide
escribir un libro. Es empresario aquel deportista que busca alcanzar la cima
del Everest mismo.
En
el ámbito educativo e instructivo es empresario aquel hombre, que intenta
enseñar a otros una habilidad de trabajo, o esa maestra que se propone enseñar
a leer a sus alumnos. Pues acá, en la enseñanza, quien enseña, emprende; quien
aprende, emprende a su vez. O
parafraseando a Paulo Freire: nadie
aprende solo, todos aprendemos juntos, es decir, emprendemos el mismo camino de aprender.
De
ahí, se podría decir que esa bella palabra, emprendimiento, - a la que se ha
referido en más de una ocasión el filosofo José Antonio Marinas- es una
cualidad humana universal. Es la
facultad de emprender cosas y acciones. Es un ir más allá, a buscar un destino
previamente imaginado, una meta, un fin El emprendimiento es entonces, una
entelequia, un tender hacia algo. Un quehacer consustancial a la persona
humana.
Claro,
hay emprendimientos dañinos, malignos, que rozan el crimen o son el crimen en
sí, pero esto no contradice esa naturaleza humana que se orienta a algo. Por
ello la labor educativa pretende que ese emprendimiento sea y tenga una
utilidad social, pugne por el bienestar de la persona, por su felicidad y el de la comunidad misma.
El
cese absoluto de esta capacidad humana, la vemos representada en la profunda depresión
clínica o el suicidio. Donde, o cesa el impulso de la acción humana
temporalmente, o se agota la vida, frente a la vida misma, esa que como una
bienaventuranza, nos reta diariamente a emprender algo en cada amanecer.
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