“
La música, no es algo que pueda ser descrito con palabras.”
Keith
Jarret
Jazz:
el latido del corazón.
Jorge Castellón
Jorge Castellón
Como
la palabra que lo nombra, el jazz es una cosa extraña. No existe una definición
precisa de la palabra jazz, y he de adelantar, que cualquier intento de
definición resultará incompleto, y será más un esfuerzo intuitivo y subjetivo,
que un acto prescriptivo del concepto. Y es que, en general, ¡no es facil
hablar de música!, ya lo decia Eugenio Trias, y por ello arremetió con ahínco
para completar dos obras filosoficas-musicales, magistrales sobre el tema de la
música. Porque paradojicamente, en la dificultad del tema, hay un enigma
inquietante al mismo tiempo, que nos invita a hablar aún con riesgos de error,
sobre esta creación, esta esencia tan perfecta, que es la música toda.
Esta
nota pretende tan sólo afrontar esa dificultad desde la perspectiva del
aficionado, de la persona que se deja impresionar desde una posición común, frente al vislumbre del gran arte de la
creación musical.
Para
comenzar nos arriesgaremos a la clarificación formal de la palabra, y diremos
que tanto en el The Merriam-Webster
Dictionary y en The Ofxord English
Dictionary, la primera definicion de la palabra Jazz, tiene un sentido coloquial. En esta esfera puede tener multiples
significados: jazz puede referirse a un hablar sin sentido, un coloquiar vano (meaningless; foolish talk); pero
tambien, un hablar entusiasta, vivo y exagerado. Jazz a la vez, es un adjetivo que
se aplica a lo que está lleno de energia, de
emoción, de animación. A sí
mismo, como forma de expresion más popularl (slam), puede significar simplemente “cosas” (stuffs, things) , o “cosas similares” ( that kind of jazz). Hay entonces, en
primer lugar, un énfasis importante, en las definiciones inglesas, del sentido
oral del término jazz, antes que del musical.
En
su acepción musical, The Merriam-Webster Dictionary , define jazz de la siguiente manera: “American
music developed especially from ragtime and blues and characterized by
propulsive syncopated rhythms, polyphonic ensemble playing, varying degrees of
improvisation, and often deliberate distortions of pitch and timbre”.
Sentimos que poco nos dicen a los no iniciados en teoria musical, esas veintinueve palabras anotadas arriba de la definición
inglesa sobre la palabra jazz. Más nos dice la manera en que el jazzista
panameño Danilo Perez, se referia a esta música: “Jazz,
es la cosa más cercana al corazón”; o aquélla otra definición de Casey Benjamin:
“Jazz no es una sola cosa, es todo”; o lo que dice el jovencísimo Robert
Glasper, de que el jazz es ”un estado mental, [ ] es libertad”. Pero también lo
dicho por Gary Bartz, para quien jazz es simplemente… música. Todos estos
intentos de definición, nos dejan
siempre por delante, tan sólo una cosa en común: la necesidad de avocarse a la
experiencia directa de escuchar; porque no habrá mejor definicion, ya que de
arte se trata, que la revelacion sagrada que en el ser humano provoca, el
encuentro directo con la obra de arte, ahí donde la palabra no puede llegar.
Es que muchas veces en la definición o
descripción, pasa con la música y con el jazz, lo que un su dia comentó Borges
en sus conferencias en Harvard en el otoño del año sesenta y siete, sobre los
libros que hablan de poesía: que en ellos se escribía sobre la poesia, como si se
tratase de cumplir un deber o una asignación (“a task”, dijo Borges en inglés
en ese momento), y no, lo que realmente es: una pasión y un goce (“a passion
and a joy”). Como todo arte, el jazz es antes que nada, pasión y goce.
Jazz, se anotaba, es un adjetivo, que le da a su
objeto la cualidad de ser algo vivo, es decr, de estar lleno de “ánima”, en los
sentidos más profundos de ese concepto. Y por esa cualidad, estamos ante algo
que siempre se presenta joven, novedoso y enérgico. Ajeno a un molde determinado, la música de jazz
es eso que aparece por ahí, a veces difuso, pero tan entusiasta, que en su
dinamismo, está su forma.
Jazz, nos remite luego, -yendo en el orden de las
entradas léxicas del diccionario- a un
tipo de intercambio oral, a la fluidez expresiva de la conversacion; a la
energía de esa expresión en la comunicación humana, y a su contenido ocasional:
no siempre que se habla, se habla de algo serio, pero no por ello el conversar,
al ganar futilidad, pierde brillo o alegria, o goce.
Se puede entonces decir, que, como en una
conversacion informal entre un grupo de personas, el jazz, es como un ir y
venir de palabras e ideas, ora coherentes, ora intensionalmente desordenadas,
que se dan en un fluir contínuo; que se arremolinan al rededor de un tema
inicial que aveces parece desaparecer, puesto que los hablantes, no siempre lo repiten,
lo secundan o lo siguen; y pueden más bien alejarse del mismo, contradecirle, o diferir.
Jazz es el tiempo en el que alguien habla solo. Y el tiempo, en que el otro,
toma su lugar en un monólogo suscesivo, y por ello, colectivo. Es que “la mejor
manera de acompañar [en el jazz] es no acompañar”, dice el extraordinario
compositor Dave Brubeck (1920-2012) al respecto. Es decir, dejar al otro, solo,
en lo que tiene que decir, solo ( musicalmente).
Pero, a la vez, jazz es el tiempo en que todos hablan, con
hilaridad, con emoción, ¡nunca tristes! sin medida temporal. Y aun en un solo
de piano, “nunca es un monólogo, el piano es un instrumento polimórfico; de
modo que siempre hay una conversación, aunque sea entre las dos manos” nos
recuerda ese polifacético jazista de origen hindú, Vijay Iyer.
La improvisacion, sin duda alguna, es la
característica básica del jazz. No obstante, como bien apunta el reconocidísimo
pianista y compositor Billy Taylor (1921-2010), no se trata aquí, “del arribo
espontaneo de las musas”, sino, de si se está preparado para improvisar,
utilizando para ello, un conocimiento sólido de los elementos de la música, a
saber: el ritmo, la armonía y la melodia. En otras palabras, sólo
dominando, educándose en el conocimiento de esos elementos, es posible
improvisar musicalmente.
La improvisacion le da al jazz una característica
única sobre el resto de las artes, a saber: la oportunidad de atestiguar, de
percibir, de escuchar, eso que a Stefan Zweig le intrigaba tanto: el arcano de
la creación. Lo que el gran biógrafo rastreaba
en los originales, en los manuscriptos de las grandes obras literarias, en el
jazz es algo consustancial, propio. Lo que se va imaginando, y haciendose
música, es la música en sí, es la obra
misma, no su antepasado, o su bosquejo. Brubeck amplía la idea al decir que el
tiempo creativo que en otras artes no se puede observar, en el jazz se
manifiesta ante nuestros oidos, permanentemente en el fluir musical mismo. Siguiendo
a Stravisky, dice entonces: “la composición [al final] es una selectiva improvisación”.
Por otro lado, Bill Evans, jazista y pensador, señala
una idea fundamental al respecto, a saber: con el jazz, la música recupera algo
que habia perdido: la espontaneidad de la improvisación, que habia sido dejada
a un lado, por la necesidad de registrar (escribir) la música -a falta de otros
medios técnicos para hecerlo- en los siglos XVII y XVIII.
Por una hermosa paradoja, a este rasgo original
del jazz, la improvisacion, se le apareja, una cualidad indiscutible: la tradición.
La improvisación y la tradición son dos alas, dos remos dinamizadores de esta
música, sin los cuales es imposible que haya nacido, existido, y siga
desarrollándose. Y es que, viniendo de los cantos de los esclavos africanos en
los campos de Alabama y Mississipi; del Gospel
de las iglesias dominicales en ese sur profundo, como de de la melódica
orquestal europea, hay un hilo invisible
y vibrante en el tiempo que prosigue, solo por citar un ejemplo, de Louis
Amstrong (1901-1971) a Charlie Parker (1920-1955), hasta llegar a Miles Davis (1926-1991); y hay otro, no menos
luminoso que va de éste a sus contemporáneos John Coltrane (1926-1967), Red
Garland (1923-1984) o Bills Evans ( 1929-1980),
recogiendo del antecesor lo mejor posible, y creando, colectivamente, lo
mayor alcanzable.
Como en aquel año fogoso de 1956, que vio tantas
veces salir de sus propias cenizas a tres de estos últimos, colaborando juntos,
para arribar, luego victoriosos, a aquel inolvidable 1959, -ya con Evans en el
lugar de Garland en The Miles Davis Quintet-, cuando el jazz nos lega Kind of Blue. Año aquel también, cuando
de esa otra conjunción maravillosa de Joe Morello, Eugene Wright, Paul Desmond
y Dave Brubeck, emerge Time Out, lugar
sonoro donde el jazz hunde sus raices
de forma sorprendente, en la tradición musical turca, en la ritmica africana, y
en la más clásica armonía europea.
Es este juego en el tiempo entre tradición y
creación, lo que propicia que la conversacion musical del jazz siga, se continúe,
llena ya de otros matices, antiguos y nuevos, sin que pierda el sentido de su origen
principal: vincular las culturas, resarcir, de alguna forma, con su alegría, el
dolor y la tristeza de la historia, y enseñarnos a escuchar una música que nos
une a todos, que nos hace recordar que, -reflexiona Brubeck-, “lo que hace único
al ser humano, viene del ritmo de su corazón. Es el mismo en cualquier parte
del mundo, ese latido. Es la primera
cosa que escuchamos al nacer, o antes de
nacer, y la última cosa que escuchamos [al morir]”.
Publicado en Diario Co-Latino, San Salvador, El Salvador. 20 Septiembre 2014
http://nuevaweb.diariocolatino.com/jazz-el-latido-del-corazon/
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