Ir al contenido principal

Hacia una metafísica del El chavo de el ocho





Hacia una  metafísica de El chavo del ocho.

Lo que un artista pretende es que su obra tienda a perdurar.  La permanencia es el fruto esperado del esfuerzo de toda una vida, en una dedicación constante. La obra efímera, es un fruto desprendido, malogrado o prematuro, en la que a veces el artista, ha pretendido perdurar fácil y fallidamente.

No obstante, hay obras mal apreciadas, desconocidas, que se han abierto paso desde atrás del tiempo hasta llegar a ser íconos, modelos, clásicos, referencias de una manera de ver el mundo artísticamente. Pienso en que, por ejemplo,  no hubo una sola pintura de Vincent Van Gogh , que otra persona poseyera en vida de su autor.  Así como  hubo libros imperecederos, siempre vivos, que han ido madurando con el tiempo. Obras olvidadas, rescatadas de la intencionada oscuridad de la memoria donde  un grupo social las había  relegado, como los escritos y cuentos de Oscar Wilde; o aquellas obras, que fueron sencillamente  escondidos de sus autores mismos, como las novelas de Franz Kafka o los poemas de Emily Dickinson, y que tuvimos la suerte de que alguien las hiciera publicar.

En estos casos, vemos al artista en su solitario afán y emprendimiento en un rincón solitario de un paraje, una celda, un café o un cuarto, muy lejos de la tergiversación en que la obra artística queda envuelta, al convertirse en mercancía, y su autor, en mercader.

Hay circunstancias, empero,  en que la increíble creatividad del artista, se corresponde con  el tiempo y el lugar, con la circunstancia social precisa,  donde su obra y su idea, se adhiere a una fuerza ajena a sí mismas, y su arte se ve impulsado insólitamente por sobre toda la órbita terrestre de la fama y la permanencia. Ese es creo, el caso de Roberto Gómez Bolaños. 

Su creatividad en la escritura y producción de comedias televisivas, no se puede ver desligada de ciertos hechos específicos de su momento más impetuoso como artista, a saber: el desmedido apoyo de una cadena televisiva, estrechamente vinculada al poder político mexicano en la tierna década de los años setenta. Poderes, político y mediático, de larga existencia y  constante fortalecimiento. No se puede reflexionar sobre la obra de Chespirito sin entender qué es y ha sido Televisa en la comunicación masiva mexicana y latinoamericana y por otro lado, cual fue el clima político de ese momento,  representado en el unipartidarismo, como sustento de una sociedad que se debatía  entre la democracia moderna  y la tradición reformista.

Por otro lado, no se puede apreciar la obra de Chespirito sin la consideración del momento económico y social no solo nacional, sino regional y continental durante los primeros años de aquella  década. Y es que Chespirito, desde una perspectiva de reflexión muy general, surge en ese preciso momento en que las poblaciones urbanas se encuentran en un mayor y agudo crecimiento, en comparación con los  años previos,  aglutinándose aún más, en los nuevos suburbios y viejas barriadas tradicionales de las capitales latinoamericanas; atraídas por las nuevas opciones laborales de la ciudad urbanizada o en desarrollo,  gracias a la agilización de la manufactura y la industrialización, a  la promoción de oficios y carreras técnicas y a los nuevos mercados laborales, y  alejándose, al mismo tiempo, de las opciones ocupacionales del campo.  

El chavo del ocho, tiene su escenario y su audiencia, en las mismas poblaciones urbanas mayoritariamente obreras, que se iban alojando en extensas vecindades, mesones, favelas o barriadas de las urbes latinoamericanas,  y que entre otras cosas, a la par de su radicalización política, iban comenzando a sufrir los problemas sociales que la superpoblación, el desempleo, el hacinamiento  y la pobreza iba a ir haciendo cada día más patente y presente, particularmente, la  expulsión intrafamiliar y el surgimiento de una realidad hasta ese momento casi desconocida: el niño de la calle, y que hoy, ha devenido en el niño y la niña migrante.
Roberto Gómez Bolaños era un hombre inteligentísimo, que definió su público, coincidiendo con las prioridades de audiencia de Televisa para Latinoamérica.  

Fue un hombre que imaginó un personaje, que coincidía con ese ser real que se veía cada vez más cerca en cada esquina de esos conglomerados sociales. Fue un hombre que definió un escenario, fijo, permanente, donde ese personaje, y el resto de otras figuras típicas,  interaccionaban para representar un medio social que no cambiaba, que no permitía cambios, donde la pobreza se subsana con la risa, y la soledad con el juego. Donde los jardines se reemplazan por patios de cemento y las ventanas daban el mismo lado: hacia adentro.  Grupo endógeno, conservador, estratificado – del menos pobre al más pobre-, por donde se sucede una cadena de consecuencias y reacciones, que van a afectar en mayor medida al miembro más vulnerable de aquel grupo.

Quizá su mayor acierto en ese acierto fue el uso del lenguaje y la oralidad como medio de empatía cultural. La dinámica misma del habla popular, su plasticidad y su vivacidad creciente. Fijó un lugar, un grupo y un lenguaje. Con ello, creó o recreó una simulación cultural sin precedentes, en la producción televisiva. El énfasis, la enjundia comercial de las corporaciones de la comunicación masiva,  fue y ha sido tan brutal, que muchas expresiones del  español latinoamericano, no se pueden entender, sin considerar la dialogicidad inventada por Gómez Bolaños, que dicho sea, no de paso, escribió buena poesía, llena de imágenes memorables. 

El chavo, era ese mundo que se mira a sí mismo, ajeno a lo que va de Tlatelolco a La plaza de Mayo; de los gritos de Santiago de Chile contra Augusto Pinochet, o de San Salvador, contra el coronel Armando Molina. El chavo, nos hizo reír, con ese humor de cosas tan tangibles y tan tristes, para ocultar el llanto propio y el ajeno. Nos alejó de aquello que  sólo con las décadas, uno coloca y recoloca, en su justa dimensión, en su justo sitio: los sucesos fundamentales de la vida personal que nos conformaron y de la historia social que nos rodeaba.

Gómez Bolaños no necesitó de la alusión a una sexualidad discriminatoria o vulgarizada, para hacernos reír; ni de los efectos especiales hollywoodenses;  ni de los cuerpos semidesnudos o de los rostros guapos. Redujo, tradujo a un dialecto popular, y desfiguró al gran teatro clásico, para hacer un humor de palabras achicladas y de apodos, de caídas y tortazos. Es decir, hizo, lo que siempre hemos hecho sin decirlo: reírnos de los serio, de lo que no comprendemos, de lo galante o de lo formal, de lo que conlleva esfuerzo. Por ello, el salón de  escuela de El chavo, es el mayor caos, la mayor anarquía, y lo menos importante que se puede considerar. Grito, bullicio  e instrucción, es lo mismo y una cosa: relajo, desorden, changoneta, mugrero.
De forma paradójica, El chavo, Chespirito, representó el ser y el quehacer de esos mismos, que después, quisieron cambiar el mundo, pero quizá sin querer queriendo


Comentarios

Entradas populares de este blog

De un mundo raro.

De un mundo raro. El alma de una nación tiene su residencia concreta en personas humanas de diferentes sectores y grupos. El alma de una nación, el sentir nacional, el espíritu de una tierra o pueblo, en suma, la reserva espiritual de sus ciudadanos, esa que escapa a las grandes encuestas y estudios psicosociales-, es lo que a la larga define una nacionalidad, una forma particular de existir de un grupo humano. Un carácter nacional. Esa alma colectiva, ese sentir, se manifiesta en la cotidianidad, en el día a día de la conversación, de las acciones de ese conglomerado de persona; en el saludo de cada mañana, en el apartarse al sentir muy próxima la presencia de otro; se manifiesta en el volumen de la voz, en los gestos de cada rostro.  Es esa manera ante la cual un inmenso grupo humano, nos comportamos ante una fatalidad ajena, ante el júbilo de otros o ante los que a nosotros mismos nos pasa. Si bien muchísimos pueden diferir de ese sentimiento; si bien mil

Simón Bolivar, el general desamparado

Simon Bolívar: el general desamparado. Por Jorge Castellón Lo veía siempre que yo pasaba por la esquina. Allí, oculto tras aquella enorme figura que se elevaba sobre sus patas traseras como queriendo tomar vuelo, como queriendo huir del suelo o quizás amedrentar a los transeúntes, que como yo, veíamos asombrados aquella escena extraña de un animal erguido, con las fuerzas contenidas en un intento estático, pero amenazante, mientras a sus pies, ajeno a esa acción intrépida en suspenso, la figura de un hombre yacía impasible, tendida sobre el suelo, a un palmo de las patas traseras de la bestia. Sobre los cartones, el hombre yacente parecía un cuerpo, que tras una ardua batalla había quedado insepulto, mientras el héroe de algún ejército vencedor, arribaba tardíamente a un poblado ya destruido, a expulsar a los bárbaros que huían del valor de aquel jinete. Porque aquella figura impresionante que se erguía, era un caballo y su jinete, un animal y un hombre, pero para el niño que era yo en

Autumn Leaves.

Jacques  Prévert Joseph Kosma Autumn Leaves: de un poema de amor ya olvidado.                                                                                                 Para Karen y Mario,                                                                                                                         Compañeros en esta aventura . I En este otoño que pasa -como lo hice en el anterior- me he dedicado en lo posible, a escuchar todas las versiones en jazz que he podido encontrar, de ese tema musical que tanto me ha fascinado desde hace varios años: Les feuilles mortes ( Las hojas muertas), más conocido por su bonito nombre en inglés: Autumn Leaves , cuyo exquisito sabor jamás cansa. Pero este año he hecho algo más: quise averiguar, investigar sobre su historia, sobre el origen de esta melodía tan seductora; así, descubrí que esta pieza de música surge como una canción popular en 1945. La música, fue una creación del compositor húngaro Jo