Allá por la Chulona.
La biología tiene métodos precisos. Igual los tienen la ciencia y la
matemática. Traicionarlos, lleva al error en la solución del cómo hacer las
cosas. Seguir sus pasos muchas veces lleva al éxito, lo que hoy se conoce como
la resolución de un problema. “Todo tiene su ciencia”, es la máxima popular
para referirnos, los no científicos, a que cada trabajo, arte u oficio,
establece sus reglas.
Lo mismo pasa en la vida cotidiana. En la preparación de una taza de
café, por ejemplo, desde la cafetera de filtro de papel, pasando por la prensa
francesa, la percoladora italiana o la
simple filtración del café en un cono, e incluso con el café instantáneo, hay un procedimiento a seguir, aunque cada
persona con el tiempo, haces variaciones
sobre el tema.
Pero a veces, no hay procedimientos escritos, o simplemente no los
conocemos. Por falta de información o ante una situación totalmente nueva, en
la que no nos orientamos con facilidad, debemos recurrir a la intuición, a la
inventiva, a la improvisación. Así, arreglar
un aparato eléctrico, hacer arrancar un carro, tapar el agujero en la
pared, remendar un zapato, mejorar un
plato pasado de sal, son tareas cotidianas para las cuales, a veces, nos toca
enfrentarnos, solos, a su solución.
Visitar el país de origen después de muchos años plantea retos casi
insuperables, tal vez, rayando en la ridiculez para los ojos burlones que
observan de lejos. Regresar a El Salvador, requiere estar alerta, ser creativo
y agudizar la inteligencia. Es que no hay método al alcance del recién llegado,
para el que ha perdido el pulso, el tacto y la puntería, en esos actos donde se
arriesga la vida como quien respira: subirse a un autobús, bajarse de él; escoger un taxi o detectar a un perseguidor.
Una de las tareas más difíciles que se le pueden presentar a un ser humano,
solo, en un país como El Salvador, después de haberse perdido por su ausencia, de
los cambios que con las décadas han emergido en las calles de la capital -es
decir, el exuberante y salvaje tráfico; la ampliación desmedida de calles y la
mayor e irracional intolerancia de los ciudadanos – es el de cruzarse una
simple calle.
Para cruzar una calle en esa atiborrada y pequeña ciudad de más de dos
millones de habitantes, se requiere, primero, como si de un corredor
especialista en sesenta metros planos al
aire libre sr tratara, de una fina condición física, resumida en una acendrada potencia muscular; y segundo,
una coordinación visual y motora extremadamente aguda. Demás está decir de la multisensorialidad
extrema que debe aunar oído, ojo, sentido
vestibular y kinestésico; pues una cáscara
de plátano, una piedra, un agujero de dos metros de profundidad, debe ser detectado
sin perder de vista y oído los carros que cruzan de este y del otro lado, en
ese rio caudaloso de metales multicolores que amenazan al que cruza.
¡Y que no se distraiga nadie por causa de aquel silbido, y esta ensordecedora
bocina! Pues quien lo hace corre el
riesgo de no llegar vivo a la otra ansiada orilla.
Ahora, existen muchos grados diferentes de dificultad en el cruce de una
calle, a saber: calles de un sentido, de doble sentido; calle principal o
aledaña. No es igual cruzar desde la
esquina del hospital Rosales a la
esquina del Parque Cuscatlán; o
atravesar la avenida Juan Pablo Segundo al salir de la Alcaldía o simplemente, desde de la Universidad
Nacional hacia el Hospital de niños Benjamín Bloom. Todas requieren habilidades
de diferente índole.
Pero la más exigente de todas es sin duda ese tipo de calle principal
de doble vía. Es que detenerse en la raya que un día fue amarilla de mitad de
la calle, es decir, en esa invisible
línea que demarca las rutas de los vehículos que van y los que vienen, es una
solución eficiente para un enamorado no correspondido, un suicida o un loco.
Entonces, qué hacer si te ves en la necesidad de cruzar esa calle, sin
las habilidades normales de los
transeúntes consuetudinarios de ese
frenético lugar llamado San Salvador. Qué hacer si te encuentras por ejemplo, allá
por la calle Bernal, con un semáforo ignorado, con la ausencia de los cruces
peatonales a los que estás acostumbrado en las esquinas del país donde resides,
o sin la ocasional cortesía o la amabilidad de un conductor que te ceda el
paso.
Un amigo, ha patentado un método para esa riesgosa ocasión: aproxímate
a la orilla, ten calma, y si no hay personas con las que cruzar como sombra
nerviosa a su costado, aplica las ciencias de la biología, de la teoría de la evolución, el método de la observación, y los principios
de la co-existencia humana y animal: espera por un perro callejero que busque
pasar.
Si, espera por él o por élla. Aproxímate, no lo suficiente como para
que todo termine en mordida, pero si lo necesario, para mirar sus movimientos.
Verás que el animal otea el horizonte, que espera, que se agacha y retrocede.
Que yergue las orejas, que azuza el olfato y se alista a correr, para luego
detenerse, esperar un segundo y luego, decididamente, cruzar de un tirón ambos
lados de la avenida. Es entonces, en ese lapso de tiempo que abarca un
parpadear, donde debes lanzarte a correr junto a él como siguiendo un guía salvador.
No
importa tambalear, temblar, llenarte de adrenalina hasta las uñas, sentir sobre
tu pecho ese exceso de peso corporal que has venido acumulando con las
décadas. ¡No importa! Lo importante es
que lo has logrado, has cruzado, has llegado con vida a la otra orilla.
Así que, si te has de ver en esa terrible circunstancia, sólo observa,
espera y luego di con propiedad y decisión:
“ Achís, tras deste chucho hiueputa me
voy”.
Revista TresMil. Diario Colatino.
San Salvador, El Salvador.
San Salvador, El Salvador.
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