Clases de
literatura.
Vengo de unas clases de literatura. Las imparte
ese señor altísimo y delgado, de voz pausada y tranquila, que tenemos el gusto
de escuchar en estas tardes cortas del otoño, acá en Berkeley, de este año
ochenta tan convulso en que vivimos.
¡Nos ha hablado de tantas cosas!, pero, sobre
todo, de esa relación que, en la literatura latinoamericana, se da entre la
realidad y la fantasía, mejor, entre la realidad y lo fantástico. De cómo la
realidad en el relato- y en la vida- es invadida por lo fantástico; de cómo lo
fantástico forma parte de la realidad y de qué manera, eso que él llama lo
fantástico, se manifiesta, es decir: como juegos del tiempo, del espacio, o
como las múltiples formas de la fatalidad.
Nos lee sus cuentos, con mesura y timidez, sin
nada de soberbia o falsa modestia; como un buen panadero muestra su pan, un
buen campesino, sus cosechas, o un carpintero, una ventana. Como un trabajo
realizado en el que se ha puesto el mejor esfuerzo, y del que uno se siente
orgulloso y satisfecho. Nada más. Como un placer y una responsabilidad.
Me he reído a carcajadas con el cuento del
señor Gómez y su metro cuadrado de tierra, con ése que te cuenta cómo subir
unas gradas; y he pensado mucho en ese cuento de los carros parados en el tráfico
de una carretera…
Nos ha hablado de muchas personas, de viajes y de
anécdotas. De Solentiname, de San José, de Buenos Aires, de París. De lo que
pasa en El Salvador, de lo que hace Ernesto Cardenal, del asesinato de Monseñor
Oscar Romero, y de la muerte de Roque Dalton. De esa noche en que, en la
madrugada de La Habana, este hombre “delgado y no muy alto”, al que tanto
aprecia, conversaba con pasión y con ahínco, argumentaba con movimientos y
demostraciones físicas, intentando así convencer a ese interlocutor, no menos
terco, “no tan delgado y muy alto”, que no se quedaba atrás en sus propios argumentos,
acostumbrado como está, a cinco o seis horas de monólogo y discursos.
Nos ha hablado de música, pero sobre todo de
jazz, que es tema apasionante para él; y de ese cuento, que dice, es quizás, el
más significativo suyo, donde habla de la vida de Charlie Parker.
Le gusta que le hagamos preguntas, mientras el
sostiene su mentón de barba gruesa, en esa actitud atenta, siempre preparando
una respuesta sincera, clara y bien pensada. Se diría que ha pasado miles de
horas conversando, debatiendo, argumentando con calma, sobre todos los temas
del arte, de la escritura, de la política, de la historia…
Bueno, veremos qué pasa el otro jueves. Por el
momento, me detengo a descansar en este parque, en la banca de siempre, a la
espera de que alguien me sorprenda por la espalda, y me encuentre con este libro
entre mis manos, mientras una larga sombra se proyecta frente a mí, sobre la
grama.
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