Vida querida, querida vida.
Los cuentos de Alice Munro se deben leer uno cada día.
Al menos, eso es lo que he llegado a vivenciar con su lectura. Hay tanto
enterrado bajo el suelo de una casa ya vacía. Hay tanta fuerza en esa corriente
dulce del rio de esas vidas contadas. Tanto ímpetu contenido, tanto grito ya
ahogado, tanta desdicha ya aplacada y domada, tanta soledad sosegada, que
mientras se va de una vida a otra, de esta a aquella historia, apenas queda el
tiempo suficiente de comprenderla, de entender el sentido de esa vida, de
asimilar sus proezas heroicamente tan comunes.
Me es imposible saltar de esta historia a la otra como
un veloz y voraz lector que no soy. Me quedo instalado en esa casa silenciosa y
sus ruidos del pasado; en ese sendero que lleva a ese rio que solo se adivina.
Me quedo a vivir en esa habitación de secretos de esa mujer solitaria, de ese
hombre casi invisible a las vidas ajenas.
Me quedo con ese intento de cada uno, por vivir su propio destino tan
calladamente, como se usa la ropa ya vieja a la que nos acomodamos tan bien con
los años.
Mis pies se atoran en el trayecto que va de una cena jovial
a un encuentro postrero con un rostro conocido desmejorado con el tiempo; me
paraliza la visión de las fatales y felices coincidencias de la vida, que hacen
que dos desconocidos lleguen a la compañía más íntima y más duradera. Me aturde
ese moldeamiento real que hacen esas personas con las espinas y protuberancias
de la vida que viven, es decir… que vivimos los seres humanos, que casi me rehúso
a creer en lo que yo mismo he vivido y sobrevivido.
“La cuestión es ser feliz – dice un personaje de uno
de esos cuentos- A toda costa. [ ] No
tiene nada que ver con las circunstancias. [
] Se aceptan las cosas y la tragedia desaparece. O pesa menos…”
Quizás ese sea el sentido de toda la vida… la
resignación hacia lo inaudito, hacia lo nunca imaginado que nos llega al
encuentro en el pasillo, o nos toca la puerta. Tal vez, ese sea el gran secreto
de la felicidad humana. Como una antípoda para la máxima orteganiana, somos más
nosotros que nuestra propia circunstancia. Quizá, quizá eso sea.
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