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La masacre del Mozote








Lunes 11 de Diciembre de 2006

Nunca será tarde.

Recordar la masacre de El Mozote y revivir el deseo y derecho de que se haga justicia… nunca será tarde, aun después de 25 años. Cuando pienso en El Salvador, mi país, en su historia, llegan a mi mente hechos muy trascendentes que nos han constituido en lo que somos: un pueblo herido, burlado y un pueblo, que pese a todo, no pierde la esperanza de hallar esperanza… escondida en alguna parte. Esa cualidad y esa desgracia de ser un pueblo dolido y al mismo tiempo un pueblo esperanzador, no es casual, nos hemos ido forjando por medio de la desgracia, la injusticia, la mentira, la masacre y la pobreza. Y nos hemos ido defendiendo, desde la trinchera cotidiana de nuestra casa, con la idea lejana de que mañana quizás será mejor: habrá algo que comer, habrá… paz; no temblará; dejará de llover; o simplemente, o trágicamente, estaremos vivos. Los salvadoreños y salvadoreñas siempre hemos vivido en la incertidumbre del mañana.

Nuestra historia, nuestra historia verdadera es una historia de extremos, de altas exigencias a todas las resistencias humanas. La última guerra civil nos volvió a probar de qué sustancia extraña fuimos hechos en la noche de los tiempos: no de madera, no de maíz, no de piedra… sino de una sustancia aun mas fuerte que se amalgama de todas las esencias vegetales y animales: de agua, pues hemos llorado y sudado tanto; de maíz, pues nos hemos quedado alimentándonos de nosotros mismos en el más profundo dolor o abandono; de piedra, pues somos tan fuertes para las heridas, las espinas y las balas; de aire, somos tan puestos a la risa, a lo sutil, cuando somos tiernos; de fuego, somos tan guerreros, tan amantes, tan heroicos, tan épicos.

La lava ha pasado sobre nuestros seres queridos desde tiempos milenarios. Pero dejamos condolidos que se enfriara, se hiciera cenizas para luego ir a sembrar los campos abonados de dolor, con nuevas milpas, con nuevas siembras. Ese proceder histórico y moral nos ha hecho lo que somos. Nada nos puede destruir, sólo nosotros mismos.

El Mozote, es un símbolo más. Es un hecho enclavado como tantos otros en la conciencia colectiva de muchos hombres y mujeres, o escondido, en la mentira institucionalizada de la que se alimentan otros tantos. El Mozote, transformó nuestra noción de justicia, de violencia, de humanismo o de conmiseración. Nos legó una vez más la lección que ante la irracionalidad, tristemente, las fuerzas del bien y de la fe, sucumben, son derrotadas en un choque frontal. Que lo bueno del mundo siempre necesita tiempo para manifestarse; que la maldad, el fanatismo ideológico y el poder ciego, no tiene reparos, escrúpulos o moral. Y que el débil, siempre pierde la partida …en lo inmediato.

Una noche, hace 25 años, al norte de un pequeño y paupérrimo país llamado El Salvador, la ideología fanatizada, se alzó de las profundidades y tomó cuerpo de hombres. Eran hombres ciegos, locos y hambrientos. Ciegos de sí mismos, locos de ira absurda, hambrientos de carne humana. Cincuenta hombres - que hasta el día de hoy, no se miden así mismos si no como seres que cumplieron su deber, deber venido no sabrán de donde; deber llegado no sabrán nunca de que voz; deber de sangre, deber de muerte- entraron en la noche de un 9 de diciembre a una aldea llamada El Mozote. Cumplieron su misión un día 11: dar muerte a más de 730 personas, de entro ellos, cerca de 500 niños. Estos últimos fueron puestos boca abajo contra el suelo, en filas, para ser acribillados. Las mujeres fueron de igual manera apartadas. Sus restos quedaron triturados y calcinados tras el incendio premeditado del lugar donde fueron asesinadas. Los hombres fueron acribillados en cualquier parte. Como holocausto que fue, muchas victimas recibieron su muerte orando o en alabanzas religiosas. Otra vez las preguntas de Job, se oyeron en la desgracia.

Entre el infierno, una mujer se escapa entro los matorrales y se esconde bajo un manzano. Repta entre las piedras y espinas. Escarba un agujero para poder gritar y sollozar y finalmente se esconde en cuevas y lugares abandonados. Es encontrada una semana después ajena a la conciencia después de un estado de total locura y dolor. Su nombre nos enorgullece: Rufina Amaya. Escuchó los lamentos postreros de sus cuatro hijos. Decidió quedarse a contarle al mundo de lo que el odio es capaz de hacer entre nosotros los humanos.

El mundo acalló el hecho. Los periódicos más importantes de occidente, The New York Times y el Washington Post, borraron su primera plana del día enero 22; y sus corresponsales Boonner y Guillermoprieto, respectivamente, fueron relegados a otras funciones. Ellos fueron los primeros testigos extranjeros de la masacre dos semanas después de que ocurriese. A Booner se le acusó de ingenuo: un profesional del periodismo que había sido piloto en Vietnam. De enero de 1982 a Octubre de 1992, la historia quedó enterrada. El eminente periodista de Berkeley, Mark Danner, la recapitula en su ya clásico libro, The Massacre at El Mozote, en 1994; dos años después que la Comisión de la Verdad en El Salvador de la ONU, con la colaboración de un equipo de antropólogos argentinos, encontrase los hallazgos de los cuerpos asesinados.

Nunca, ni el gobierno de Estados Unidos, ni el gobierno salvadoreño, aceptaron el hecho. Las balas asesinas venían de Arkansas; el pago de los ejecutores de los contribuyentes norteamericanos. Hasta el día de hoy, 11 de diciembre de 2006, El Mozote no ha tenido audiencia en los tribunales, a nivel nacional o internacional. Pese a conocerse sus detalles y consecuencias.

El Mozote, se suma a Ruanda, Aushwitch, Hiroshima, y nos deja una mancha más en el rostro de eso que llamamos humanidad. El Mozote, como El Sumpul, nos recuerda aquello de lo que nadie quiere acordarse, y que sin embargo, nos constituye. Quizás acá, debemos aprender de otros que cuidan de su historia, auque sea doloroso; porque en ello, se construye un orgullo genuino de nacionalidad y un deseo verdadero por ir hacia algo mejor en el horizonte del futuro de un país como el nuestro y de la humanidad entera.

Jorge Castellón


Publicado en:

Revista Hontanar, Australia










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