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Las maravillas de Cervantes.



Las maravillas de Cervantes.


Leo El Quijote por primera vez. Por primera vez le recibo después de la espera de mí mismo. Por primera vez, le invito a pasar con la mesa ya servida, en mi mejor empeño de atenderlo, de hacerle mi huésped más querido. Leo El Quijote, por primera vez atento a cada palabra, a sus detalles, sus gestos.  Lo observo por primera vez, con mi mejor mirada.

Lejos están la premura, la presunción, el exhibicionismo, la moda, la arrogancia, la exigencia que a veces atenazan las lecturas. Abro mi puerta aquejado con la más difícil virtud de un lector: la humildad. Y tazo cada palabra como quien recoge perlas del fondo blanco de una playa virgen.

Cotejo mi hablar con su origen y veo cuánto mi lenguaje ha caminado por estos cuatro siglos de viajes, descubrimientos, guerras, libros, trueques, idas y venires sin fin entre dos horizontes. Revivo palabras, recuerdo. Descubro su linaje, su largura, su recorrido. Estoy tan cerca y tan lejos de esa forma de conversar, de quejarse, de alabar, de insultar, de amar.

Y me encuentro con el origen de todo. Con el milagro en el momento que aparece sobre la faz del mundo que está hecho de palabras y de literatura. Descubro el arcano inicial, la crisálida de la escritura de este idioma tan disperso y tan dispar.

Atravieso la llanura de ese imperecedero capitulo nueve. Bienvenidos a la ficción más pura, al libro dentro del libro, a los espejos, a los juegos borgeanos de la fantasía: la gran maravilla. Esta es la semilla de todo lo porvenir en la literatura, la suspensión del acto que espera el desenlace inaudito, la continuidad jamás soñada. El invento increíble de la imaginación. La aparición de Cide Hamete Benengali, lo cambia todo en la forma de narrar, de hacer ese lugar donde han de converger todos los géneros de la literatura, según definió a la Novela Carlos Fuentes.

Y quedo sin palabras al arribo de un hecho nunca visto. Llego al capítulo 19. Al bautizo de El caballero de La triste Figura. Pero más que eso. Al lugar donde escritor y personaje dialogan como presencias reales. Conversa el creador con el creado, el inventor con su invento. Realidad y ficción se entrecruzan, pasan de un lado a otro, intercambian puestos. Se ficciona el escritor, y con ello, trae a la realidad a sus personajes. Los hace de carne y hueso mientras él se eterniza. Otro juego, pero hoy marquezeano donde recordamos el futuro.



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