Las
maravillas del Quijote III
Vengo del capítulo XXXII que trae al engañado
Don Quijote de la sierra donde en penar vivía, y que, con la intervención de
aquella Dorotea mal afortunada, disfrazada de reina, y su particular séquito,
había sido nuestro héroe rescatado con mentiras. Ese mismo capítulo donde el
héroe regresa a la venta donde Sancho Panza un día fue manteado y maltratado.
Pernoctando allí, se cuenta que, se dedicaron
los acompañantes a buscar y justipreciar libros, y encontraron esa original Novela del curioso impertinente. A la
que dieron lectura.
Mientras leo las 31 páginas de El curioso
impertinente, casi olvido que leo otra cosa, que leo otra historia. Y que
mientras leo esa historia dentro de otra historia, entro y salgo de la misma
historia, como quien es llevado de la mano, y es invitado cordialmente a pasar
de un aposento a otro aposento de un castillo, que, de suyo, propicia el olvido
de sí mismo; porque, en cada habitación que se recorre, hay un muy otro mundo,
un distinto color, unas voces diversas, que, sin percatarse uno de las fronteras
que los separan, se recorren distintos universos al cruzar cada puerta, cada
umbral. ¡No! mejor, varios universos que existen paralelos. Los universos
paralelos que uno lee, los universos paralelos que escribió Cervantes.
No sé por qué, volviendo a la venta, ya dejando
a Camila, Lotario y Anselmo en su mundo, recuerdo el trance de La continuación
de los parques de Cortázar, o la transfiguración de Aura en las breves páginas
de Carlos Fuentes. Recuerdo esa noche extraña en La Caída de Alfonso Reyes.
Quizá Pedro Páramo. Ese otro universo en este universo. Recuerdo El jardín de
los senderos que se bifurcan.
Leyendo a Cervantes, debo parafrasear la cita a
la que un día aludió de Borges: a cada página, leo mil senderos. Ninguno menos
real que otro, ninguno menos contundente que el otro.
Entre Dorotea y Camila no hay distancia: las
separa un respiro, un roce de página que divide dos universos que se tocan. El mismo drama, el mismo sufrir, el mismo
vivir. Un cuento dentro de un cuento, un espejo en otro espejo, mundos
superpuestos.
Nada nuevo diría al medianamente educado en la
literatura universal del siglo XX. Digo mucho para mí, desde mi perspectiva personal
y recordando que leo algo que fue escrito hace cuatrocientos años cuando la
novela se estaba inventando.
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