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Nadie los quiere


Nadie los quiere.


No los quieren de donde vienen. No los quieren donde están. No los quieren a donde querían ir.

Las seis mil personas atrapadas en su destino en la ciudad de Tijuana, parecen ser los condenados del lugar donde nacieron. Los expulsados de su propia casa. Los mal venidos para una parte de la población donde se han refugiado y los indeseables para esa tierra sonada a la que intentaron llegar.

Sergio Ramírez en un sentido escrito cita las palabras de Adela Cortina cuando dice que a los inmigrantes no se les quiere por ser inmigrantes sino, por ser pobres. Lo que la filósofa española nombra Aporofobia: temor a los pobres.

Es ese temor a los pobres lo que evidenciamos en el destino de esas seis mil almas. Tan solo imaginemos. Si fuesen ricos, sus países les pidieran regresar; o no los hubieran dejado dejar marcharse, así porque sí. Toda la población por todas las poblaciones donde pasaran los saludaran, les invitaran a sus casas, les dieran abrigo y cobijo sintiéndose alagadas con su compañía, no solo aquellos que también son pobres, gracias a los cuales han sobrevivido en el camino. No fuesen estorbo para nadie. Tuviesen su visa de entrada turística a los Estados Unidos. Si fuesen ricos.

La lluvia arrasó sus menudas pertenencias hace unos días. Todo se empapó, quedó anegado en el fango. Caminaron a otro sitio con lo que tienen: su corporeidad y su prole: por si se nos había olvidado, de ahí viene la palabra proletario.



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