Foto Diario El País. España.
No recuerdo quién dijo en una ocasión que uno vive para
afrontar los últimos tres minutos de su vida. Es decir, vivimos para lo que
hemos de atravesar, en esos minutos postreros, últimos, en los que hemos de
estar en esta tierra. En ese instante, no sé si raudo o lento, no sé si dulce o
cruel, toda nuestra vida ha de pasar ante nosotros como una visión viva que
demandará que nuestro corazón y nuestra alma, nuestro moribundo ser, llegado a
ese punto, corrobore, responda, conteste, complete, interpele o interrogue a su
vez lo ya vivido.
Será el momento de las despedidas, de recordar agravios o de
decir disculpas; de guardar con uno los eternos engaños, o lo que es lo mismo,
llevarse anudados todos los desengaños, aquellos que hemos de recordar, esos
tan solo, pues con ellos basta.
Será el momento, quizás, de lustrar las sempiternas
satisfacciones, de sacarles brillo, pues irán con nosotros a dondequiera que hemos
de ir, y que nos parecerán, en un instante, nuestros más caros triunfos, las
más queridas metas ya alcanzadas que reconozcamos, sean cuales sean. Será, en
suma, el momento del último uso que demos a nuestra memoria de la vida, a nuestro
orgullo, a nuestra humildad, a nuestra arrogancia fiel o a nuestra recién
estrenada aceptación de todo. Porque quizás, se arriba ya, allí, a una nueva interpretación
de las cosas y del propio destino. Nadie lo sabe. Nadie lo sabrá.
Esa idea, me parece una visión real de cuando se está
moribundo. La comparto. Me parece justa y me parece acertada esa imagen de esos
últimos tres minutos de la vida, en el caso que se tenga la oportunidad de
estar moribundo. ¿Y qué si se muero al instante? ¿Y qué si se muere súbitamente?
¿Dónde irán o estarán todas las cosas? ¿Qué
hemos de encontrar en un más allá que nadie conoce?
De todas las formas que uno supone ha de ser el dejar
la vida y pasar o estar en su opuesto, jamás había pensado en esa manera concreta
en que hemos de ser después de la
muerte, en cómo se deja de ser mortal, que propone Javier Marías en el sorprendente
cuento titulado “Cuando fui mortal”, que se recoge en esa colección de
historias cortas que lleva ese mismo nombre, publicada por Vintage Español en
el año 2012 con prólogo de la gran estudiosa y amiga del autor: Elide
Pittarello.
A propósito del cuento, en el prólogo del libro se
lee: “El protagonista desencarnado sufre la maldición de ser eterno y de
recordarlo todo acerca de sí mismo y de los que estuvieron en relación con él
mientras vivía.” Con eso basta para intuir la narración, pero no, para
experimentar su lectura.
Acá el gran novelista inventa una inaudita forma de
estar muerto, más bien, una forma o manera en la que ya no somos mortales. En
que, siendo ya no mortales, pues se asume que en esa instancia somos ya algo
distinto, experimentamos nuestra nueva condición de ser inmortales. Y es esta
manera, la que creo, llega a definir lo que puede ser el cielo o el infierno;
el paraíso o el eterno sufrimiento, causado este, no ya por llamas eternas,
sino por eternos recuerdos y contundentes verdades.
Javier Marías se inventa una versión del cielo o del
infierno, del más allá. Lo hace sin grandes aspavientos, sin el uso de
bestiarios o imágenes dantescas. Lo hace de la manera más real y humana posible:
a través de esa ansia tan nuestra de querer, o de haber querido, siempre,
saberlo todo. Y es en esa ansia, que se construye nuestro sufrir eterno o
nuestra dicha imperecedera: El que ya no es mortal, lo sabe todo, lo recuerda
todo.
Si ya Borges con su Funes el memorioso, nos angustia, este nuevo ser que lo recuerda y lo sabe todo, nos asfixia. ¿Cómo será
posible ver el engaño con todas sus minucias? Ver que lo que creímos era verdadero,
nunca lo fue; que las personas que creímos fieles amigos o amantes no lo fueron;
que lo que creímos que esas personas sentían, jamás fue real.
Evidenciar que lo
que pensamos se había dicho, nunca se dijo; que lo que nos hizo felices… nunca
existió, que fue mentira. ¿Cómo? ¿Cómo vivir la eternidad, siendo ya sabedores de
todo, del error y del sufrimiento, siendo lo que somos ya, irrevocables?
Al principio del cuento Marías escribe: “Es absurdo
que permanezca el espacio y el tiempo se borre para los vivos, o en realidad es
que el espacio es depositario del tiempo, sólo que es silencioso y no cuenta
nada. Es absurdo que así sea para los vivos, porque lo que viene luego es su
contrario…” Para decir más adelante: “Porque
la maldición consiste en recordarlo todo.”
Esa memoria eterna y total, pues, es el infierno o es
la gloria.
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