El Reino de este mundo.
“Haití no existe”, reza un titular de este dia de un periódico español. Con ello se quiere dar a entender, sumariamente, que aquel país, que un dia fue el más pobre de latinoamérica y uno de los más pobres del mundo, ha desaparecido.
No obstante, por paradójico que parezca, Haití, sí existe, sigue existiendo y seguirá existiendo como siempre ha sido: como una realidad innegable del presente en la historia viva de un continente que continúa con sus venas abiertas. Pese a la destruccion y la muerte, Haití seguirá alli, como una imagen que no queremos ver, que no queremos reconocer, como parte de nosotros. Tal y como nos ha acompañado en ya casi medio milenio.
La triste historia de esa nacion de 9 millones de habitantes, sobre una extención de 27,000 kilometros cuadrados, no se aleja en mucho de la historia toda del resto de naciones centroamericanas, por ejemplo. Centroamérica ha podido comprobar una y otra vez, que sus pobres son las primeras víctimas de cualquier catástrofe natural. Que sus pobres, son los primeros en la lista de la muerte inesperada y brutal, de la tormenta, el huracán o el terremoro. Haití es tristemente, la confirmacion más brutal de esa realidad centenaria de nuestros pueblos, donde la pobreza acumulada, crea un contingente humano excesivamente vulnerable proclive siempre a la desgracia.
La negación que un grupo humano hace de otro, que conduce al aniquilamiento de este últimos como seres humanos, ya sea por medio del genocidio o la negacion permanente de los derechos humanos que el poder de un Estado institucionaliza, retrotrae a la historia moderna el estado de la barbarie, es decir, el aniquilamiento de un grupo humano de forma violenta a corto plazo, o su exterminio paulatino a traves de la negacion histórica de las oportunidades de acceso de ese grupo al alimento, la vivienda, el trabajo, la asistencia médica, etc. Asi, todo desgracia natural para nosotroa, sigue siendo una desgracia social, una injusticia historica y una desigual condición económica al seno de un mismo pueblo.
Dice Alejo Carpentier en el prólogo de su magnífico libro: “Pero pensaba, además, que esa vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavia no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías”. Y se puede agregar, que mucho menos se ha establecido un recuento de las agonias, de las hecatombes, de las apocalípsis, de los destinos. La desgracia nos ha rebalsado, hemos ido de lo real maravilloso a lo real absurdo de la cotidianidad.
Alguien podria decir que Haití es verdad como hecho, no como símbolo, jugando con aquella sentencia borgiana, porque es más cierto aún, que en nuestro continente la realidad sobrepasa a la fantasia. Esa tierra del Caribe es hoy un lugar de infinidad de cadaveres convertidos en fogatas en la oscuridad de la noche, de dolientes velando que a su muerto no sea desenterrado y sea despojado de su caja, de desvandadas de hombres, mujeres, ansianos y niños, errando sin rumbo en busca de un mendrugo. Es una suma inprecisa de los muertos, una isla bañada con el olor putrefacto de los insepultos.
El sol bajo la piedra, titulaba Sergio Ramirez, una cronología sobre Haití hecha mucho antes de la catástrofe. Y esas palabras son una perfecta imagen de un milagro. Porque pese a esta realidad incomprensible, la luz más recóndita del espiritu humano -esa que emerge de los ojos de la conmiseracion y la solidaridad misma-, ha tirado chispas, en uno que otro lugar, como esperanza sobre esta historia de total desesperanza. Y ha hecho que se encienda un lenguaje más alla de las palabras, como tantas veces en la historia nuestra anegada de dolor: el español de un rescatista de Castilla, se ha enlazado con el Creolé de los ojos de un ese niño hatiano de 2 años, al encontrarse ambos en medio de la oscuridad de los destrozos y a un costado de su abuelo muerto. La lengua rusa, se ha entendido con el francés tropical de una muchacha,, en el encuentro de aquella joven cubierta de polvo, con el corpulento Yuri -miembro de un equipo ruso de rescate. Asi ha pasado con el idioma chino, el inglés, el árabe. Es que las palabras vida, esperanza, alegria, están más allá de los lenguajes conocidos. Son consustanciales a las miradas, a los gestos, a las manos, al cuerpo mismo de aquellos que se encuentran y que se reconocen como humanos en la esencia de esos mismos sentimientos.
Es quizás en esos encuentos subterráneos en los barrios de Haití, allí donde la esperanza cobra vida a gotas, a dentelladas, donde se cristaliza el brillo de una utopia siempre ansiada, de eso de lo que debiera estar hecho el mundo de todos los dias. Pues “ en el Reino de los cielos, no hay grandeza que conquistar, puesto que allá, todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida, en el Reino de este mundo.”
Jorge Castellón
Houston, Texas, Enero 17 del 2010
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