A María Antonia Huezo 12 de diciembre de 2012 Silenciosamente, como antes de su muerte ella había vivido, su ataúd bajó a la tierra. Es decir, esta tierra, la de este país, que hoy visito para acompañar a esta menuda mujer, en su marcha. Viviendo en el extranjero, la bondad de Dios y la buena voluntad de otras personas, me ha dado la oportunidad de estar a tiempo para velarla y enterrarla. Para conversar con ella a solas. Con sus 91 años, llevaba en sus ojos apagados, imágenes ya olvidadas por todos o jamás presenciadas por ninguno. Recuerdo que en un cuento, Borges se pregunta sobre quienes fueron los últimos ojos que vieron a Cristo, y sobre qué cosas se han perdido con cada persona que muere. ¿Qué cosas se han perdido con la muerte de esta mujer, que engendró a toda mi familia? Es que quizás, pese a la historia individual de cada vida humana, a cada uno el destino nos depara una memoria irrepetible de las cosas del mundo, de las que nacen de la bondad y de las que na
"Escribir, es poner en orden lo disperso" Carlos Fuentes