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De una ofrenda de Bach






De una ofrenda de Bach.

(Publicada en Contrapunto, El Salvador.)

Carlos Fuentes nos decía: la novela no es un género, es un espacio donde convergen todos los géneros. Y al acercarse a la gran novela descubrimos y re-descubrimos esa verdad maravillosa, que lleva consigo que la novela sea también, reveladora, es decir, permita permanentes descubrimientos. Pero tal vez, esta revelación sea un regalo tan solo de la re-lectura. Re-leer sería abrir la puerta que dejamos entreabierta la primera vez, cuando no nos atrevimos a pasar dentro, y apreciar lo que no estábamos preparados para ver. 

Gracias a la novela, quizás, entramos sin darnos cuenta no solo  a esas  cronologías y descripciones de las variadísimas formas  de la cultura de los pueblos; a las tortuosas preguntas e inquietudes del ensayo y de la filosofía; a las divagaciones impresionantes de seres que habitan los universos literarios, que se vuelven modelos, paradigmas o rasgos universales del carácter humano en cualquier parte; a la poética narrativa de la propia historia humana;  a la metafísica de la vida cotidiana y a presenciar el desgarramiento mismo de los sentires humanos. En fin, a un universo y a un multi-verso inacabado de los misterios y los milagros de la vida.

En la novela, dice Mario Vargas llosa, vivimos las vidas que no hemos podido vivir, para hacer más soportable esta vida que llevamos. Pero también, - se añadirá- para embellecer este desgraciado mundo que nos tocó al nacer.

Un gran ejemplo lo tenemos en esa inmensa novela de Thomas Mann: “Doctor Faustus. La vida del compositor alemán  Adrian Leverkühn contada por un amigo”, publicada en 1947, y arropada del tema de Goethe sobre el pacto con lo demoniaco a cambio del dominio del tiempo y el conocimiento, pero yendo aún más allá en su simbolismo, quizás del esplendor y fin de una cultura. Su educada prosa, su multifacética estructura, su profundidad filosófica, su riqueza psicológica, y su múltiple significado vinculada al mito del pacto faustiano, la incluyen en esas grandes creaciones de la literatura del siglo XX.  

Publicada por primera vez en español en 1948 por Editorial Sudamericana,  encontraría en el escritor andaluz Francisco de Ayala y en el polifacético periodista catalán Eugenio Xammar, a dos de sus principales traductores a nuestra lengua. En sus tardías reediciones podemos encontrarla dentro de la colección de Obras Maestras del Siglo XX, que la editorial Seix Barral publicó en México y España en1984. Es en esta última edición en la que me apoyo para elaborar esta nota.

Del infinito literario de esta novela, que de suyo ha sido digna de centenares de páginas  ponderando  de su valor artístico y cultural,  tan solo  he de referirme,  a algunas interesantísimas reflexiones que el gran autor alemán hace, mientras nos cuenta la formación musical del principal  personaje de su novela, cuya vida recorre el centro mismo del camino con el que se pretende llegar a la esencia inabordable de la música misma.

No obstante,  en un reciente artículo del escritor Enrique Vilas- Matas, se devela como el novelista alemán retoma para su obra, -con la consentida colaboración del filósofo Theodor Adorno-,  ideas musicales originalmente concebidas por el compositor Arnold Schoenberg. Seria éste un caso de plagio de muchas de las  valoraciones que sobre teoría musical, el autor de La muerte en Venecia,  desarrolla en su gran novela.

Es que a través de las lucidas disertaciones de un tal Wendell Kretzschmar, -pintoresco personaje de los inicios de la obra, y quien guía las primeras enseñanza de Adrian-, se va  dilucidando  y reflexionando sobre el espíritu creativo y renovador de la música clásica,  y en ese intento, el también autor de La montaña mágica,  hace gala de una sólida comprensión de la “técnica” y la teoría musical, alcanzando profundidades inesperadas, y develando, hechos creativo-musicales desconocidos para la mayoría de los lectores, que como en mi caso, carecemos de una formación musical necesaria para comprender de mejor manera el alcance de esas explicaciones en el campo de la teoría musical. Alcances que intentan llegar a  la esencia misma de la música, y a su oculta entelequia como producción intelectual y espiritual

Y es en una de esas disertaciones, -que el narrador sugiere  referida al carácter visual de la música-, en el que se anotan ideas interesantísimas capaces de convencernos de los genuinos misterios de este fino arte. He de citar textualmente y -pido disculpas-, en exceso, el texto de la obra. Quiero mantener el sentido originario de cada palabra, confiando en el reconocidísimo talento de los traductores.

Mann habla a través de ese narrador, el amigo de Adrian, que en el capitulo dos se presenta de esta manera: 
“Me llamo Serenus Zeitblom y soy doctor en filosofía”. Es él quien va recordando las disertaciones a las que asistía con su coterráneo de Kaisersaschern del Saale, y en la página 64 nos dice: “Hablaba – refiriéndose a  Kretzschmar-  del aspecto puramente óptico de la notación musical, y aseguraba que, para el experto, una ojeada al manuscrito bastaba para darse cuenta del espíritu y del valor de una composición”. Para luego continuar: “[ ] describía el placer que causa la mera contemplación visual de una partitura de Mozart [ ]: su clara disposición, la afortunada repartición de los grupos instrumentales, el caprichoso e inteligente perfil de la línea melódica”, cosas que había que atribuir, dice, “a la secreta inclinación al ascetismo que existe en la música, a su innata castidad, por no decir, anti-sensualidad.”    

A continuación, anota: “En realidad no hay arte más intelectual que la música”.  Para concluir: “En realidad hay música que no contó nunca con ser oída, es más, que excluye la audición.” 

¿Cuál será – se pregunta uno de inmediato - la música de la que este hombre habla? ¿Existirá tal cosa en la creación musical? ¿Cómo puede la música misma haber nacido para no ser escuchada? 

Pero Mann nos sale al paso y escribe: “Así ocurre con un  canon a seis voces de Juan Sebastián Bach,  escrito sobre una idea temática de Federico El Grade. Se trata de una composición que no fue escrita ni para la voz humana ni para la de ningún instrumento, concebida al margen de toda realización sensorial, y que de todos modos es música, tomando la música como la pura abstracción”.

Y cierra la línea de ideas diciendo en voz de su contrito narrador: “Quien sabe si el deseo profundo de la Música es el de no ser oída, ni siquiera vista o tocada, sino percibida y contemplada, de ser ello posible, en un más allá de los sentidos y del alma misma”.

Encontramos que la obra mencionada forma parte de Das Musikalische Opfer (La Ofrenda Musical),  que entre otras composiciones, da cuerpo a una obra que el gran Bach concluye en julio de 1.747, a partir de un juego de improvisaciones que dos meses antes, ha realizado para  conocer la calidad de los más de doce pianos, que el rey de Prusia tenia en sus habitaciones.

El más prestigioso compositor norteamericano del siglo XX, Charles Rosen, fallecido a finales del 2012, y que fuera permanente colaborador del New York Times Book Review, da una apreciación a esta obra  -en una nota aparecida en ese medio, en 1999-, diciendo : “I would choose this as the most significant piano work of the millennium” es decir, llamándola como la composición musical del milenio.

Lo curioso es que Rosen, que también fue un excelente crítico y escritor, publicó, entre otros libros, una obra entera dedicada al trabajo musical y a la vida de -¡vaya coincidencia! Schoenberg. (Arnold Schoenberg, by Charles Rosen. Publicado en 1975).

Quizás fuera el músico austriaco, quien primero estudiara y estimara la Ofrenda Musical de Bach, en la dimensión que los otros le otorgaron luego; o quizás, la obra fuese de alguna manera una significativa referencia para el trabajo musical de Schoenberg como el creativo y renovador compositor que fue, derivando en una compartida valoración de la misma, para los que estudiaron la obra del exiliado compositor. Lo único cierto es que tanto Mann como Rosen, desde diferentes tiempos y lugares, desde distintas esferas artísticas, coinciden en la misma valoración, teniendo un elemento común: los estudios de Arnold  Schoenberg.

Me es inevitable pensar en Borges, que posiblemente hubiese opinado sobre aquel plagio de Mann, en los siguientes términos – y acá cometo un abuso quizás inexcusable, pero lo hago con el conocimiento de parecidas opiniones del gran argentino, sobre notables plagios en la historia del arte de la escritura: Aquello fue un problema para los hombres, pero no lo fue para la gran literatura.

Lo que sí es seguro, es que sin el Doctor Faustus, esta nota no hubiese sido posible, lo cual no agrega nada grandioso a la historia de nada, pero sí, me permite, en medio de esta polémica,  quedarme, como simple mortal y en lo que me resta de mi vida, a disfrutar con esa Ofrenda que un día Bach, dedicó a la eternidad, y que nunca podré comprender en su justa y enorme medida.
   

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