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Lágrimas negras.



Fotografía: Wikimedia.org


A Bebo Valdés.


¿Es la belleza diferente en sus formas?  ¿Es acaso el amanecer, diferente, del hermoso atardecer? ¿No podrá ser el día y la noche, juntas,  la belleza del tiempo que fluye como un ser total? ¿No será que somos nosotros, las personas, las que apartamos, las que dividimos las cosas que nos rodean? Y las contraponemos.

¿Y en el arte, que es más bello?  ¿Será acaso más hermoso  un verso que un lienzo? ¿Neruda que Van Gogh? O en un mismo lenguaje, digamos música… ¿qué será más bello? ¿El tango que el flamenco?

Hoy, aprendí, oyendo esta música exquisita, que lo que nos produce gozo en el arte, no es solo la diversidad y su diferencia, sino, la diversidad  en su conjunción.

¡Quién me iba a decir!, que el bolero y el flamenco eran hermanos de sangre. Pero aun, que el canto  lejano y profundo, ese que tiene sabor de noche árabe, de día  hebreo, y de calor  mediterráneo, podía juntarse  con el piano, ese heredero insigne de lo mejor de esa música  europea,  que llamamos clásica…  y renacer uno del otro de una manera tan nueva.

¡Y quién me iba a decir!, que un piano, deshiciera los géneros, los evaporara y los restituyera en una música total, que solo se reconoce por sí misma, juntándolo todo, hilvanándolo todo, como un crisol de culturas que nace de unas manos negras venidas hace siglos de una África triste, para que todos derramemos también… lágrimas negras.

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