Estamos acostumbrados desde hace no sé
cuanto tiempo a pensar la vida como en el cine, a que los hechos de la realidad
que nos sorprenden y los desenlaces que nos emocionan sean valorados “como de película”.
Desdeñando incluso la propia realidad y la realidad de las palabras mismas.
Se ha escrito poco sobre cómo los modelos de
conducta, los hábitos sociales, el comportamiento sexual o el lenguaje, han
sido en mucho influidos por el cine en nuestra sociedad contemporánea.
Pero dejemos ese arduo tema a los comunicólogos
y sociólogos, y permítaseme apreciar hoy tan solo, - en el Día Mundial del Libro-
el valor de la palabra sobre la imagen, del libro sobre el mal cine: por que
dos buenas artes son incomparables. De reivindicar una vez más, la gran
literatura sobre la industria masiva de aquella ciudad angelina. Reiterando,
por supuesto, que el buen cine existe, pero hace menos ruido, y proviene de
otros confines inesperados.
Empero, dadas mis limitaciones, de esa justa
comparación entre el mal cine y el buen libro, tan solo he de retomar no los
argumentos, sino los desenlaces; no los hechos, sino las conclusiones. Es
decir, y aquí me adelanto: el final de un buen libro incluso puede ser más grande
que el final del mejor cine.
Como gran literatura propongo, por sus finales,
es decir, su última línea, a manera de ejemplos o de símbolos, dos libros: El
coronel no tiene quien le escriba y El amor en los tiempos del cólera, que para
los poquísimos que lo ignoren, si los hubiera, provienen de un mismo y querido autor:
Gabriel García Márquez.
Sostengo, que no hay final mejor para contar el
desencanto de la vida, la desilusión absurda, la espera ridícula, el radical
desengaño, la brutal clarividencia de la sordidez, el hastió del final de la esperanza, el
bochorno de la vida misma desperdiciada, que esa palabra con la que se cierra aquel
breve libro -donde un viejo carga un gallo bajo el brazo como última esperanza-:
“Mierda”.
No hay Mierda más sincera, más reveladora, más
terminante y más genuina que esa Mierda, por la que muchas veces, la vida nos
hace atravesar, a los que también, hemos cargado un ridículo gallo entre los
brazos como última esperanza, antes de otra desesperanza más.
Afirmo, que no hay otro final mejor para contar
la esperanza, la ilusión tenue, el
regocijo inocente, el deseo que consumado se reaviva, el sueño frágil de la
felicidad, la mentira que bondadosa se apiada de nosotros, los sueños que al
respirar se disuelven en el pecho, la gloria terrena del amor complacido y
esperado, que esas tan-solo-tres-palabras, con que culmina esa amplia novela
donde dos ancianos se besan: “Toda la
vida”
Como el anverso y el reverso de una página, la
vida, nos lleva de las heces crueles del desencanto a las dulces mieles de la
felicidad, como en un final de libro.
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