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Sampedro: “Gracias a todos”.





Fotografía Diario El País. España


Leí esta mañana lo que García Márquez ha escrito casi al final de una de sus grandes novelas: ¨Nada se parece más a una persona como la forma de su muerte”.  Ocurrió tan solo algunos  minutos posteriores de enterarme de la muerte de otro Atlas del Humanismo contemporáneo: José Luis Sampedro.

A veces la vida tiene esos misterios. La coincidencia entre este hecho triste y el encuentro de esa sentencia inolvidable.  Por un momento creo confundir que fue primero, pues en estos días, suelo revisar con prisa los titulares del único periódico que consulto diariamente y tener abierto  al mismo tiempo, el libro de García Márquez en el que vivo.

Sampedro murió el pasado domingo. Había pedido que se divulgara su muerte hasta que su cuerpo hubiese sido incinerado; lo que aconteció hoy martes. Murió como la imagen de esa sonrisa que da titulo a uno de sus libros: La sonrisa etrusca; es decir, de forma apacible. Después de disfrutar una bebida, sus ultimas palabras fueron: “Gracias a todos”

¡Qué  dulce muerte!

Murió, como uno debe de morir: enamorado. Como ese inolvidable personaje de su novela, consiente quizás, que el tiempo, dentro del amor, no tiene cabida. Tirando a la basura, ese juicio que en forma de desprecio, llama a un mismo amor, amor senil.

Nadie sale ileso de los brazos de La vieja sirena o del Amante lesbiano. Llenos de  historia, erotismo y ternura, sus obras  le llevaron a dejar de ser aquel economista que escribía, a ser, ese escritor que fue economista.

Pero en uno y en otro campo inspiraba a los más jóvenes. A sus 94 años, su espíritu era contemporáneo del presente, mejor, cómplice del futuro.







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