Estamos solos.
Ayer hablé con mi madre. Esa ceiba de 93 años de edad, que ha visto suceder
y ha vivido, los hechos más trascendentes de la historia del país desde 1923. Esa
mujer que a sus 12 años llega a San Salvador proveniente de algún cantón de Tecoluca,
a ganarse la vida haciendo oficios domésticos en la Colonia San Jacinto.
La voz de mi madre es la medida de todo lo que sucede a su alrededor. Aun a su edad, no se le escapa nada
importante o no importante del día a día de la casa y del
país. ¡Qué digo del país, del mundo!: Tormentas en Texas, terremotos en Nepal, hasta los partidos no
oficiales de la selección de futbol, que con eso digo todo.
La conmueve la muerte de cualquier joven, como si se tratase de uno de sus
hijos…” ahí quedó mi muchachito con sus cuadernos” me cuenta desde la
distancia, cuando algún joven es asesinado en la calle, dándole a ese otro
fallecido de las calles de san Salvador, presencia humana, esencia de hijo.
Devolviendo al mundo algo perdido: la conmiseración y la pena.
Desde hace 60 años cuando adquirió el -ahora extraviado- radio Philips en
el local que dicho almacén acupaba frente al parque Bolívar, la afición a
escuchar la radio no la ha abandonado.
Por esa radio habló Fidel Castro, arengó Sánchez Medrano; se escuchó la
voz de Monseñor Romero.
Mi madre me cuento hoy todo lo que pasa por esas calles tristes y afeadas
que un día recorrí sin tregua. Sin salir de su habitación siquiera, mi madre sigue
la realidad con un afán que a veces me hace preguntarme cómo puede soportar
tanto dolor propio y ajeno. No es acaso suficiente con sus sufrimientos de la
edad, con sus heridas de vida, con ese recuerdo espantoso de la agonía de su madre mientras ella se aferraba a su
pecho sin querer desprenderse, teniendo tan solo tres años, y que de cuando en
cuando evoca con llanto en sus cansados
ojos.
Qué no es suficiente haber sido huérfana, haber sido maltratada, haber
huido de su casa, haber trabajado toda la vida sin descanso, para poder seguir
todavía condoliéndose de su país y de su gente. ¡Se tiene que tener un inmenso
corazón y una enorme fuerza!
Mi madre conoce el arte de la sentencia, es decir, encerrar en dos
palabras, un sentimiento o un suceso. Y ayer así lo hizo, mientras me narraba
las cinco muertes del día lunes, la dificultad de la gente que sale a trabajar,
la inseguridad de su regreso. Lo hizo, mientras reflexionaba sobre lo que pasa
en el país entero, sobre el terror que acecha sin descanso noche a noche, mañana
a mañana. Me dijo… desalentada: estamos solos.
Diario Colatino. Revista TresMil. 8 de agosto, 2015
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