No sé si a veces la literatura realiza o promueve un designio. No sé, si un cuento es capaz de definir un destino, el de algún lector: su víctima. No sé, si ha ocurrido antes, que lo alguna vez escrito se vuelva profecía, oráculo aterrador de alguna vida. Adquirí ese libro ya hace 20 años, en las cercanías de aquella pequeña plaza San José, quizá en una calurosa tarde de San Salvador. Me lo traje conmigo… Por años he visto el lomo de ese libro en el estante o sabía de su existencia en una caja cercana. Sin atreverme a abrirlo, tan siquiera a tocarlo. Sabía que estaba allí, como una maldición escrita solo para mí. El terror y el más insoportable dolor me invadían de lleno al repasar en el recuerdo, su argumento, tan siquiera. Sentía ese libro, ese cuento, burlarse, señalarme con un dedo acusador; quizás, sonreírse satisfecho al ver mi propia vida. Para mí era un libro maldito, en el que una vez leí una historia que al imaginarla en mi vida la sentí insoportable,
"Escribir, es poner en orden lo disperso" Carlos Fuentes