Josê Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo y las
generaciones salvadoreñas.
(Publicado originalmente en Diario Colatino. Suplemento Cultural Tresmil en mayo 2010)
¿Hacia dónde
vamos como país? ¿Qué esperamos del futuro? ¿Es posible esperar un estado de
cosas mejor que el que actualmente tenemos?
La creciente
violencia social, el poderoso crimen organizado, la pobreza extrema, el terror
cotidiano, la migración forzada, el desmembramiento familiar y la pérdida de la
tradición comunitaria, son algunos de los problemas sociales que en el día de
hoy definen el panorama social salvadoreño. Ante ello, se anteponen aquellas interrogantes, y
fundamentalmente la principal de ellas: ¿tendremos la oportunidad que la
generación presente o alguna generación futura asuma sobre sus hombros, mejor
que nosotros, la responsabilidad de transformar esta deshumanizante realidad en
la que hoy vivimos?
El intentar una
respuesta tentativa a esa pregunta, insoslayablemente nos remite a reflexionar
nuestra propia historia, ha buscar en el pasado inmediato, huellas, rastros por
descifrar, alguna perspectiva olvidada, tal vez, que nos permita atisbar el
porvenir de nuestros actos como pueblo. Así, comprender nuestro devenir
histórico, detectar sus tendencias, resaltar, si se quiere, esa serie de
condiciones que han impulsado el desarrollo de fuerzas humanas dinamizadoras,
de personas y grupos de personas gestoras de transformaciones sociales,
propiciadoras cada una de cambios
históricos; acercarse en lo posible pues, a comprender los momentos que hemos
tenido de ebullición de las ideas humanistas, justas y trasformadoras; de
anhelos multitudinarios por un bienestar social
generalizado, es una tarea que nada tiene que ver con la nostalgia.
Porque dadas las
circunstancias y urgencias que vivimos, esta es una tarea más aparejada al
futuro, a la búsqueda de cómo se han producido aquellas tendencias preocupadas
por humanizar nuestra sociedad salvadoreña, por mejorarla; al mismo tiempo, es
una tarea que nos puede permitir que podamos
preveer optimistamente lo nuevo,
podamos recuperar con una base objetiva,
el anhelo utópico por posibles hechos aún desconocidos, pero que auguren
un cambio social que se enrumbe hacia una
paz robusta, hacia la seguridad ciudadana, hacia la vigencia real de los
derechos humanos fundamentales en El salvador.
Y es que dado lo
complejo de la realidad histórica por la que hemos atravesado, hay hechos que
se escapan, que pasan desapercibidos en el estudio del pasado, que se han
vuelto imperceptibles, al menos, para abordarlos de una manera que pueda
develarnos una tendencia, no ya una ley. Porque a eso es a lo que, en el
estudio de la historia podemos aspirar: descubrir
tendencias posibles. No obstante,
esa dificultad de descubrirlas, de pre-verlas para el futuro, ha sido
muchas veces la virtud de la filosofía,
del filosofar, en ese intento permanente de “historización” del
pensamiento, como lo urgía Ignacio Ellacuría.
Develar lo escondido, entonces, requiere una reflexión profunda sobre
los incontables hechos de un devenir histórico, para poder penetrar con afilado pensamiento, ahí, donde el ciudadano
común o el científico social -pese a su cercanía a los hechos-, no ha podido
percibir.
Hemos de
recurrir pues - con confianza-, para introducirnos en el problema planteado
arriba, al apoyo, al auxilio de la filosofía, del filosofar que haga más claro
este trato con nuestra propia realidad
social, con nuestro propio quehacer, con nuestra propia historia.
En este sentido,
al enfocar el cambio social, se ha discutido desde diferentes concepciones
filosóficas, de la importancia de la dinámica de los grupos sociales – sistema, grupo y poder-; de
la dinámica que la lucha de clases impone a la sociedad; de la naturaleza
dialéctica de la estructura social- infraestructura y superestructura-; de las
instituciones sociales: familia, escuela, etc. y del papel de la cultura, de la educación,
para la transformación de esas instituciones sociales. No obstante, hay una categoría de
análisis poco discutida y sumamente
interesante, la introducida por José
Ortega Y Gasset en “El tema de nuestro
tiempo”, publicado en 1923, a saber: el tema de las generaciones.
La generación,
en el devenir histórico, es un grupo humano que va mas allá de la clase
social, que posee una “vocación
histórica” determinada y que refleja la “sensibilidad vital” de una
sociedad en un momento de su historia. Las hay de cambio y de
continuidad, agresivas y apáticas,
deseosas de crear o conservar.
Pero dejemos
hablar al filósofo:
“Las variaciones de la
sensibilidad vital que son decisivas en historia se presentan bajo la forma de
generación. Una generación no es un puñado de hombres egregios, ni simplemente
una masa: es como un nuevo cuerpo social íntegro, con su minoría selecta y su
muchedumbre, que ha sido lanzado sobre el ámbito de la existencia con una
trayectoria vital determinada. La generación, compromiso dinámico entre masa e individuo, es el concepto más
importante de la historia, y, por decirlo así, el gozne sobre que ésta ejecuta
sus movimientos.”
Con
ello entonces, queda un poco más clara,
por ejemplo, la relación entre masa e
individuo, líder y base social, tan discutida en el marxismo, y tan
controversial. A la vez, y esta imagen es muy rica, la generación es un
“gozne”, donde la sociedad ejecuta su movimiento, se diría, sus saltos, sus
transformaciones, sus revoluciones.
Una
generación trasciende la clase social,
ya se dijo, pero no la niega, sino, la completa. Y Ortega profundiza
esta idea diciendo:
“Pero bajo la más violenta contraposición
de los pro y los anti [ en una generación] descubre
fácilmente la mirada una común filigrana. Unos y otros son hombres de su
tiempo, y por mucho que se diferencien, se parecen más todavía. El reaccionario
y el revolucionario del siglo XIX son mucho más afines entre sí que cualquiera
de ellos con cualquiera de nosotros.”
Vengan
estos conceptos a alumbra el punto central de este breve texto, primero, una somera aproximación que permita destacar
el cómo de la generación más
significativa, o, de las generaciones más influyentes del pasado siglo XX en El
Salvador; segundo, que nos acerque al bosquejo de una generación quizá por
venir, -si es que no ya ha arribado-, que impulse con energía renovada, los
cambios necesario en la realidad presente en el país.
Las
generaciones de nuestro pasado inmediato que en una primera aproximación se
destacan, son aquellas dos que fueron portadores de una sensibilidad vital particular, generaciones jóvenes, generaciones
deseosas de consolidar lo nuevo, generaciones inconformes con lo que
encontraron en su mundo. Y acá, probablemente, atendiendo a esa guía teórica
ortegeana, logramos -en un primer momento, digo- destacar y discutir a cerca de
esas generaciones fundamentales de nuestra historia reciente: la primera, tiene su apogeo, su cenit, en la década de los años veinte, y la
segunda, en los ochenta
La
primera, nacida a finales del siglo XIX, se ha de desarrollar hacia su edad
madura a finales de la década del 20. Es una generación robusta, abierta a
nuevas ideas, transformadora y valiente. En lo social y lo político, pasa por
los movimientos campesinos y la constitución de organizaciones revolucionarias
nuevas, y culmina su empuje con el levantamiento campesino y la Matanza del año 32. En lo intelectual y
lo espiritual, se completa con los movimientos reformistas y las ideas
revolucionarias vinculados al marxismo, al vitalismo masferreriano, al
panamericanismo, al anti-imperialismo, la teosofía y la utopía social que envuelve a Centroamérica toda, en ese momento.
Es
aquí, en aquel espacio –tiempo determinado,
donde las ideas de Alberto Masferrer y de Farabundo Martí, encuentran su
momento, su espacio, su recepción más amplia, al seno de una generación
sensible a ese llamado de cambio, de transformación y moralización social. Es
una generación que ostenta una utopía nueva para una nación ya constituida que
se estrena al siglo XX: la primera utopía de nuestro nuevo siglo.
Atrás
ha quedado, como luz resplandeciente, la Revolución Mexicana, la Revolución
Bolchevique, el descontento con una
Europa que pese a su ciencia y su cultura, ha ensayado la Primera Guerra
Mundial. Y entre decepción, ahínco y nuevas búsquedas, se yergue en
Centroamérica una década de las luces, sobre una generación de campesinos,
obreros, intelectuales que sufren ya para 1929, los embates sociales -directos
e indirectos- de una recesión económica mundial, y en nuestro caso, de la
pauperización de grandes sectores de la población nacional.
No se
puede dejar por fuera el hecho de que este movimiento también se nutre de las
ideas de soberanía Centroamericana y Latinoamericana, que tienen en Augusto
Nicolás Calderón Sandino y en José Martí, sus principales fuentes de
inspiración.
La
segunda generación a comentar, nacida durante los años cincuenta, aparece
inmediatamente después de las Segunda Guerra Mundial. Sus miembros, son escolares
de primaria al el momento que acontece lo que más la ha de influir: la
Revolución Cubana; y son adolescentes -¡he ahí lo más importante!- a la llegada
de 1968, de los movimientos pacifistas en contra de la guerra de Vietnam y de
las lucha por los derechos civiles y políticos en Tlatelolco, París, Praga,
Berkeley y Washington.
Son
hombres y mujeres salvadoreños/as, empleados/as, campesinos, obreros/as,
maestros/as, empresarios, religiosos/as, que sufren los abusos de la exclusión
social y de un militarismo salvaje, que cumplía medio siglo y que se fortalecía
de una pesadilla norteamericana que creó
- lo que para ellos era- un monstruo amenazante: el comunismo.
Generación que enfrentaba valientemente
una política que consideraba, que para destruir aquel monstruo, era válido
cualquier medio, incluso, la masacre de niños. Porque la masacre de niños
significa: no más de aquella generación, no más de esa sabia, no más de ese
ímpetu.
En su
lucha, fue una generación nutrida de una creciente corriente religiosa: la
teología de la liberación, iniciada a fines de los años sesenta, y de
un revolucionario enfoque educativo, sustentado en una pedagogía también
liberadora, cuyo principal texto, La pedagogía del oprimido se
empieza ha escribir precisamente en 1969.
Pero no es una generación que sólo recoge, es una generación que crea,
que diseña, que planea con increíble creatividad, los vínculos organizativos y
los métodos de agenciarse algún día, el poder de decidir sobre los destinos de
su propia nación.
Es
esta generación, ahora profundamente politizada y dividida, la que marca el
tiempo histórico de finales del siglo XX, con sus utopías, sus desilusiones y
sus impotencias. Sus logros, sus alcances y sus enseñanzas. Y es la generación que hoy se aferra a un
protagonismo tal vez, extemporáneo.
Observando
sendos momentos, sendos ritmos históricos, encontramos algunas semejanzas. Curiosamente,
Alberto Masferrer nace en 1868, - un año después que Rubén Darío- tiene casi 60
años cuando publica el Minimum Vital, y 48 años cuando retorna al país de su estadía
en Europa, el mismo año, en que Darío
Muere. Es esa generación joven que
encuentra a su regreso, quien le sigue.
No es su generación quien recoge su pensamiento, es la generación que le precede: una generación modernista.
Cuando
nace Roque Dalton en 1935, no es su generación la que fortalece y dinamiza ese
egregio movimiento que quiere transformar la historia en El Salvador, es la generación que le prosigue la
generación que lo cosecha. Dalton nace en una generación no destinada para
izar las banderas, sino para hilvanarlas a sus astas. La que él deja
trágicamente, es una generación acostumbrada ya, a otras lecturas: la de
Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, por ejemplo. Y es una generación que ya conoce
la invención de un nuevo mundo: Macondo.
Curiosamente,
al escribirse “El llano en llamas” en
1953, comenta Rulfo, regaló muchos ejemplares que nadie compraba, es hasta una generación posterior, la
juventud que pasa por el 68, la que lee su obra: 4 millones de ejemplares para
1971.
El
pensamiento del que crea, no tiene un eco inmediato, parece esperar los
receptores más propicios, las generaciones ávidas de verdad, de cosas nuevas.
Esas que mejor oyen a sus mayores, a los sabios: los ávidos de la mejor poesía.
Esos que creen tanto en sí mismos, que el propio mundo les es
insuficiente tal y como se les presenta. Esos de oídos atentos, que saben crear
los “ritmos históricos”.
Probablemente,
la generación por venir en El salvado, esa generación que ya se está incubando
al seno del presente, cuyas semillas quizás ya están sembradas, ha de elevarse
animada con nuevas ideas, recitando nuevos poemas, y ha de surgir con una
visión distinta de lo que debe ser un país. Una visión, quizás incomprensible e
inaceptable para nosotros.
Circunstanciada por otras realidades, probablemente sea una generación
que en el plano social, cansada ya de la
polarización, propondrá un proyecto común -para nosotros ahora inimaginable-;
sobreviviente de la violencia, tal vez, proteja más la vida que nosotros, y sus
formas de resolver los conflictos, intenten concertaciones inteligentes donde
prevalezca lo humano, concretas, que aseguren beneficios acumulativos e
inclusivos para toda la población (primero la más necesitada) ansiosa de poner
por fin, un pié en la utopía.
Comprenderá
esa generación, a lo mejor, que nuestra cultura, es ya bi-cultural, que la
emigración nos transformó para siempre, y que siempre iremos y regresaremos
distintos; que tendremos, los/as
salvadoreños/as un hogar en dos lugares, compartido, y un idioma para trabajar y otro para amar,
para jugar, para soñar. Volviéndonos
siempre hábiles para vivir en cualquier punto del plantea. Y que ese capital
espiritual no es menos importante que las remesas monetarias. Y que esa
juventud, al mismo tiempo nativa y extranjera, puede ayudar a poner los
ladrillos del mañana en la tierra de sus abuelos.
Esa
generación que se incuba, cuando esté ya
madura, cansada del discurso repetitivo de sus queridos ancianos, comprenderá, que un ciudadano sin partido puede también
ser un gran ciudadano; que es tarde, que no se puede matar al monstruo del
crimen y de la violencia, pero se le puede negar el alimento que nos quita: una
juventud sin familia ni hogar, ni terruño. Y en su empeño por los lazos
estrechos, por el cuido de más minúsculo jardín, y del más pequeño interés por
las artes, las letras y el deporte,
debilitará el mal robusteciendo
la felicidad de los que crecen.
En
1930, en su escrito “La rebelión de las masas”, el
filósofo al que hemos acudido, nos confirma: “Mundo es el repertorio de nuestras posibilidades vitales [ ]
Representa lo que podemos ser; por lo tanto, nuestra posibilidad vital. [Pero]
llegamos a ser sólo una parte mínima de lo que podemos ser. [… ] El mundo o
nuestra vida posible, es siempre más que nuestra vida efectiva”
Nuestra
generación, ésta que aun punge por
realizarse, probablemente, no se ha
percatado que cumplió sus posibilidades. Es evidente que está agotada. Con
respeto ha de decirse que debe sentirse satisfecha, sí, pero reconocer que está agotada. Ya sus
fuerzas no son capaces de levantar las banderas del futuro.
Tenemos que
reconocerlo. Divididos, ansiosos de agua fresca, sí, no nos hemos dado cuenta
que el pozo se ha secado. Hizo lo que
tenia que hacer. Le corresponde otra tarea: dejar que se incube el futuro con
un actuar más sabio: ir cediendo los senderos que una vez ella misma
desbrozó, para ésos y ésas que por allá
se asoman…
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