La felicidad de
la música.
A veces
el ánimo cae, se arrastra entre las pedregosas cosas de la vida. A veces, por
más que no queramos, los pies nos pesan en el andar que inevitablemente tenemos que emprender en el intento de hacer
la vida. No siempre estamos a la altura del buen ánimo, ese celaje del espíritu
que nos pone la sonrisa en la boca y el optimismo en la mirada.
Pero de repente
algo pasa: un rostro bello, una flor exquisita, una puesta de sol, un beso, o
la felicidad que la música depara.
La existencia de
la música nos cuestiona y nos llena de preguntas. Por ello, bien dice ese profundo
pensador y musicólogo, Eugenio
Trias, - quien ha escrito dos grandes obras sobre el tema: “El canto de la sirena” y "La imaginación sonora”- que los filósofos no han hablado de la música: es muy
difícil hablar de ella.
La música nos
hace decir, que quizás, hay otro mundo más allá de este, de una forma que no
imaginamos; quizás, otras formas de ser se esconden en las sombras de la noche o en la luz de los
atardeceres; y sean sus presencias incomprensibles, las que nos inflaman de
gozo un corazón latiente. Tal vez, otros idiomas no humanos existen que no
tienen palabras, ni gramática precisa ni conocida. Y entonces, será de
inesperados sonidos de lo que está hecho. Puede que sea escuchado de otra
manera diferente a como oímos hablar a los otros; quizás, sea un lenguaje que pocos articulen -si es que esa palabra cabe-.
Mejor diré: puede que sea un lenguaje que algunas personas viven con la
totalidad de su ser, sea este de dolor o de alegría plena.
A nosotros, a la mayoría, tan solo nos este
dado, de vez en cuando, ver sus fugases resplandores, escuchar el acorde
armonioso de sus sonidos con la mirada
encantada, sin poder comprenderlo. ¡Pero para qué comprenderlo! ¡Es que acaso
buscamos comprender a Dios! Con lo inmenso, con lo bello, con lo inexplicable,
basta contemplarlo y vivirlo tal cual nos llega.
Y de esos lenguajes que pertenecen al otro lado del alma
humana - la más luminosa-, tan solo la
mirada de sus heraldos, nos permite presenciar el goce, que es precisamente de
lo que ese hablar está hecho…
Como esas
miradas en que dos músicos se entienden solos con el universo: Chucho y Bebo Valdés.
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