Desde el corazón, sin fecha
Señor Salarrué,
Le escribo esta carta porque hay cosas que deben quedar claras. Le escribo, por que hay cosas que tengo que decirle diunaves. Es que precisamente es ésa la causa de esta carta, hablarte – no se molesta si le hablo de vos, es que no puedo de otra forma- , decía, hablarte de lo que nos dejaste, lo que te faltó por dejarnos, lo que te debemos.
Quiero decirte, auque ya Roque Dalton y Ricardo Lindo te lo han dicho mejor, que nos legaste un tesoro que no tiene ya precio en estos tiempos, y que es- como todo lo que es bueno- cada vez más valioso con el correr del tiempo: tus cuentos, tu obra toda, ahí donde logramos encontrar eso que fue lo que nosotros fuimos; que nos puede definir en lo que somos, y lo único que nos puede ayudar a encontrar lo que perdimos. Precisamente hoy, que no sabemos lo que somos. Primero, porque acordarnos nos da tristeza, siempre lo verdadero nos lo asesinaron; segundo, porque no lo conocemos, ya cuando venimos, o regresamos, todo estaba enterrado.
Dice Ricardo Lindo de tu obra, que cuando los salvadoreños estamos tristes o queremos saber quienes somos, bebemos de esas aguas. Y es lo más justo que se ha dicho sobre ti, pues ahí donde se nos cala la nostalgia más terca o la tristeza más punzante, abrimos un cuento tuyo y se nos revela la risa, o la nostalgia o la realidad de todo lo que somos. Pues somos como aquel hombre noble y tierno, violento y piadoso de la Cacha del puñal. Pues somos tan bellos, ingenuos, astutos e inocentes como la cipota Cocolina y su amiga que hablaban de las cosas que quieren y no quieren. Y somos como aquellos niños traviesos de Los diablos costaludos; y somos al final de cuentas, trágicamente, dolorosamente, el Goyo y su cipote que van por las selvas buscando un destino… y terminan muriendo en los picos de los zopilotes.
El año en que tú naciste -ese extraño 1899, a un pasito del siglo veinte- una estrella fugaz color de luciérnaga, atravesó el mundo. Naciste tú, nació Claudia Lars, nació Jorge Luis Borges. Los cabalistas nos dijeran que la fecha abrió un prodigio y se hizo el golem etéreo con la sustancia de un lenguaje imperecedero que debería envolver un continente. Cierto amor, quizá, te unió a Claudia, y una distancia casi inexistente y muda, como lo que une una estrella a otra en el firmamento, te unió a aquel cuentista que no te conoció. Pasaron los años, y el mundo jamás tampoco conoció la magia que irradiaste por el mundo con tus cuentos: antes del “Llano en llamas”, ya existían tus “Cuentos de Barro” y Juan Rulfo los recitaba de memoria, hasta llamarte maestro… y ponerse escribir. Pero el mundo no lo sabe. Oye si ladran los perros, bebió de Cuentos de Barro.
Inventaste, por obra de la desgracia de tu pueblo, y con toda la valentía que esos años y otros tantos requerían, lo que era el cuento triste, pero no por ello, menos bello, o menos eterno, o menos verdadero, pues era tan real como nuestra propia historia. Porque esos cuentos hechos de barro, nacieron cuando morían sus protagonistas: sin ser un dios, ni tan siquiera, has hecho que los muertos del 32 nunca mueran, y que volvamos siempre a ellos, cuando buscamos reconocernos en nuestra verdad de injusticia, de nobleza y de esperanza.
Nos enseñaron esos herederos del criollismo, la negación y el menosprecio al campesino, y a todo aquello que se le pareciera. Pero tú les diste voz, para que hablara quien sufre, e hiciste así, como dice nuestro exegeta literario, Lara-Martinez, que nuestra literatura y nuestro arte, ya no fuese un hablar sobre otros, si no, nosotros mismos contando lo que nos pasa con nuestra propia voz, la verdadera. Pusiste boca abajo, de culumbrón pues, el sentido de la literatura en El Salvador y en el continente pobre de Latinoamérica.
El cuento no es una novela en pequeño. Tampoco es una poesía decantada en la prosa; pero esos amaneceres, tus noches, la lluvia a cantaradas o tus cielos estrellados, quedaron encerrados en enormes historias de todo un país lleno de miles de gentes, con las cosas necesarias para llamarse cuentos. Con lo que contaste, comprendimos no una vida si no, una época entera y todo un pueblo; una forma de ser y …una forma de hablar que nadie más que tu jamás, se atrevió a convocar en los libros. Hoy, si algún hombre o mujer salvadoreño, quiere escribir algo bello y veradero, voltea su mirada hacia ti, y busca tu lenguaje. Y algunos de tus mejores alumnos, Dalton y Argueta, por ejemplo, han sabido cultivar tus perlas, y seguir cosechando la palabra que evoque lo que somos por lo que decimos, cuando hacemos las cosas: el amor, la guerra o cuando simplemente jugamos: con tu cuento nutriste el poetizar de unos y el novelar de otros.
Dice Borges que el lenguaje es un hecho estético, tenía razón; pero también, es un hecho político y un hecho cultural y la literatura unifica, amalgama las verdades: la estética, la política, la cultural, la ideológica, la religiosa, la personal.. Ya Roque lo dijo una vez, perdóname poesía por haber creído que tan solo estabas hecha de palabras. Así, tus personajes, nosotros, hablamos, reclamando un lugar político, cultural, geográfico y humano que nos quitaron y que todavía no hemos recuperado. En tus cuentos, se encuentran nuestro dolor y nuestras ansias: Semos malos y somos como ese ladrón que derrama las lagrimas al oír los acordes de guitarra en medio del Chamalecón. Somos el ladrón y los viajantes, los eternos indocumentados…los tristes más tristes del mundo.
Quiero contarte también, que los cipotes que oíste allá por el parque del barrio San Jacinto, ya no existen. Todos han muerto. Que la única manera en que los recordamos y sabemos como eran, es riéndonos de tus Cuentos de cipotes, y que de repente, nos damos cuenta que somos nosotros mismos los que corren, inventan y ríen; y así nos demuestras que Platón tiene razón una vez más: tan sólo recordamos, aquello que queremos conocer: tus cuentos nos llevan otra vez, a lo que siempre olvidamos. Y así vas haciéndonos a nosotros que creímos ya estar hechos. Y es que también fuiste mago: tú inauguraste el cuento mágico antes que cualquiera. Inventaste un reino, un rey, y un mar de figuras ya fantásticas. Pero más que eso, pintaste lo que ibas escribiendo: pintor poeta, poeta pintor de mis cipotadas.
¿Qué cuentos escribirías hoy? Hoy que más los necesitamos para seguir esperando; hoy, que estamos vacíos de historias que hablen de nosotros como lo que somos. Hoy que los cipotes no inventan cuentos, sólo cuentan lo que ven en las pantallas, y que son cosas que otros han inventado para enseñarnos a matar, odiar, despreciar o simplemente no imaginar…o no pensar. Hoy, que abunda el barro aún, de los años de guerra que se fueron; hoy, que tantos estamos tan lejos, y no nos reconocemos; hoy, que necesitamos que alguien cuente los cuentos de tanto cipote huérfano, migrante o prostituido, para transmutar todo un dolor, dolor de patria, en alegria. ¿Cómo serian tus cuentos?
¿Qué nos quedaste debiendo? La oportunidad de decirte en vida, gracias, gracias por habernos devuelto en dos libros…la semilla de todo lo que íbamos nosotros a escribir en el futuro.
Un abrazo muy fuerte, viejo chelón querido.
Jorge Castellón
Señor Salarrué,
Le escribo esta carta porque hay cosas que deben quedar claras. Le escribo, por que hay cosas que tengo que decirle diunaves. Es que precisamente es ésa la causa de esta carta, hablarte – no se molesta si le hablo de vos, es que no puedo de otra forma- , decía, hablarte de lo que nos dejaste, lo que te faltó por dejarnos, lo que te debemos.
Quiero decirte, auque ya Roque Dalton y Ricardo Lindo te lo han dicho mejor, que nos legaste un tesoro que no tiene ya precio en estos tiempos, y que es- como todo lo que es bueno- cada vez más valioso con el correr del tiempo: tus cuentos, tu obra toda, ahí donde logramos encontrar eso que fue lo que nosotros fuimos; que nos puede definir en lo que somos, y lo único que nos puede ayudar a encontrar lo que perdimos. Precisamente hoy, que no sabemos lo que somos. Primero, porque acordarnos nos da tristeza, siempre lo verdadero nos lo asesinaron; segundo, porque no lo conocemos, ya cuando venimos, o regresamos, todo estaba enterrado.
Dice Ricardo Lindo de tu obra, que cuando los salvadoreños estamos tristes o queremos saber quienes somos, bebemos de esas aguas. Y es lo más justo que se ha dicho sobre ti, pues ahí donde se nos cala la nostalgia más terca o la tristeza más punzante, abrimos un cuento tuyo y se nos revela la risa, o la nostalgia o la realidad de todo lo que somos. Pues somos como aquel hombre noble y tierno, violento y piadoso de la Cacha del puñal. Pues somos tan bellos, ingenuos, astutos e inocentes como la cipota Cocolina y su amiga que hablaban de las cosas que quieren y no quieren. Y somos como aquellos niños traviesos de Los diablos costaludos; y somos al final de cuentas, trágicamente, dolorosamente, el Goyo y su cipote que van por las selvas buscando un destino… y terminan muriendo en los picos de los zopilotes.
El año en que tú naciste -ese extraño 1899, a un pasito del siglo veinte- una estrella fugaz color de luciérnaga, atravesó el mundo. Naciste tú, nació Claudia Lars, nació Jorge Luis Borges. Los cabalistas nos dijeran que la fecha abrió un prodigio y se hizo el golem etéreo con la sustancia de un lenguaje imperecedero que debería envolver un continente. Cierto amor, quizá, te unió a Claudia, y una distancia casi inexistente y muda, como lo que une una estrella a otra en el firmamento, te unió a aquel cuentista que no te conoció. Pasaron los años, y el mundo jamás tampoco conoció la magia que irradiaste por el mundo con tus cuentos: antes del “Llano en llamas”, ya existían tus “Cuentos de Barro” y Juan Rulfo los recitaba de memoria, hasta llamarte maestro… y ponerse escribir. Pero el mundo no lo sabe. Oye si ladran los perros, bebió de Cuentos de Barro.
Inventaste, por obra de la desgracia de tu pueblo, y con toda la valentía que esos años y otros tantos requerían, lo que era el cuento triste, pero no por ello, menos bello, o menos eterno, o menos verdadero, pues era tan real como nuestra propia historia. Porque esos cuentos hechos de barro, nacieron cuando morían sus protagonistas: sin ser un dios, ni tan siquiera, has hecho que los muertos del 32 nunca mueran, y que volvamos siempre a ellos, cuando buscamos reconocernos en nuestra verdad de injusticia, de nobleza y de esperanza.
Nos enseñaron esos herederos del criollismo, la negación y el menosprecio al campesino, y a todo aquello que se le pareciera. Pero tú les diste voz, para que hablara quien sufre, e hiciste así, como dice nuestro exegeta literario, Lara-Martinez, que nuestra literatura y nuestro arte, ya no fuese un hablar sobre otros, si no, nosotros mismos contando lo que nos pasa con nuestra propia voz, la verdadera. Pusiste boca abajo, de culumbrón pues, el sentido de la literatura en El Salvador y en el continente pobre de Latinoamérica.
El cuento no es una novela en pequeño. Tampoco es una poesía decantada en la prosa; pero esos amaneceres, tus noches, la lluvia a cantaradas o tus cielos estrellados, quedaron encerrados en enormes historias de todo un país lleno de miles de gentes, con las cosas necesarias para llamarse cuentos. Con lo que contaste, comprendimos no una vida si no, una época entera y todo un pueblo; una forma de ser y …una forma de hablar que nadie más que tu jamás, se atrevió a convocar en los libros. Hoy, si algún hombre o mujer salvadoreño, quiere escribir algo bello y veradero, voltea su mirada hacia ti, y busca tu lenguaje. Y algunos de tus mejores alumnos, Dalton y Argueta, por ejemplo, han sabido cultivar tus perlas, y seguir cosechando la palabra que evoque lo que somos por lo que decimos, cuando hacemos las cosas: el amor, la guerra o cuando simplemente jugamos: con tu cuento nutriste el poetizar de unos y el novelar de otros.
Dice Borges que el lenguaje es un hecho estético, tenía razón; pero también, es un hecho político y un hecho cultural y la literatura unifica, amalgama las verdades: la estética, la política, la cultural, la ideológica, la religiosa, la personal.. Ya Roque lo dijo una vez, perdóname poesía por haber creído que tan solo estabas hecha de palabras. Así, tus personajes, nosotros, hablamos, reclamando un lugar político, cultural, geográfico y humano que nos quitaron y que todavía no hemos recuperado. En tus cuentos, se encuentran nuestro dolor y nuestras ansias: Semos malos y somos como ese ladrón que derrama las lagrimas al oír los acordes de guitarra en medio del Chamalecón. Somos el ladrón y los viajantes, los eternos indocumentados…los tristes más tristes del mundo.
Quiero contarte también, que los cipotes que oíste allá por el parque del barrio San Jacinto, ya no existen. Todos han muerto. Que la única manera en que los recordamos y sabemos como eran, es riéndonos de tus Cuentos de cipotes, y que de repente, nos damos cuenta que somos nosotros mismos los que corren, inventan y ríen; y así nos demuestras que Platón tiene razón una vez más: tan sólo recordamos, aquello que queremos conocer: tus cuentos nos llevan otra vez, a lo que siempre olvidamos. Y así vas haciéndonos a nosotros que creímos ya estar hechos. Y es que también fuiste mago: tú inauguraste el cuento mágico antes que cualquiera. Inventaste un reino, un rey, y un mar de figuras ya fantásticas. Pero más que eso, pintaste lo que ibas escribiendo: pintor poeta, poeta pintor de mis cipotadas.
¿Qué cuentos escribirías hoy? Hoy que más los necesitamos para seguir esperando; hoy, que estamos vacíos de historias que hablen de nosotros como lo que somos. Hoy que los cipotes no inventan cuentos, sólo cuentan lo que ven en las pantallas, y que son cosas que otros han inventado para enseñarnos a matar, odiar, despreciar o simplemente no imaginar…o no pensar. Hoy, que abunda el barro aún, de los años de guerra que se fueron; hoy, que tantos estamos tan lejos, y no nos reconocemos; hoy, que necesitamos que alguien cuente los cuentos de tanto cipote huérfano, migrante o prostituido, para transmutar todo un dolor, dolor de patria, en alegria. ¿Cómo serian tus cuentos?
¿Qué nos quedaste debiendo? La oportunidad de decirte en vida, gracias, gracias por habernos devuelto en dos libros…la semilla de todo lo que íbamos nosotros a escribir en el futuro.
Un abrazo muy fuerte, viejo chelón querido.
Jorge Castellón
Comentarios