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Carta a un amigo lejano, que aveces, está triste.

Hermano,

yo te entiendo,
pues para nosotros que estábamos ya aquí
cuando llegó el 68,
supimos luego que allí,
el siglo se partió en dos mitades;

para nosotros que estábamos ya por estos lados,
cuando con mentiras nos dijeron
que la luna ya era nuestra…

para los que,
dicho de otra forma pues,
estamos cerca ya de completar
los cuarenta años,

mucho ha pasado ya por nuestros días:

Nos despedimos del siglo veinte
ya llenos de nostalgia…añoramos cosas
que hoy, sólo nosotros recordamos.

Nosotros,
los de entonces,
aprendimos de Serrat que si bien no
nacimos en el Mediterraneo,
si nacimos Para la Libertad,
para La fiesta,
y que De vez en cuando la vida,
debe tomar con nosotros café.

Y fuimos a sembrar nuestro árbol
con Alberto Cortez;
y hoy ni las raíces han quedado.

Luego Silvio y Pablo nos dijeron
que el sueño y el amor era posible;
y Sabina nos hizo iconoclastas.

¿Cómo no voy a entenderte?

Si juntos tarareamos en inglés
a Carol King
y a John Denver,
y aún recordamos a John Lennon
caminando de la mano de Yoko,
en Central Park,
cantando “Woman”.


Sí, te comprendo que estés triste…
pues nos volvimos obsoletos con el paso de los años,
y más de las veces hacemos el ridículo con
nuestra indumentaria,
nuestra forma de pensar y
nuestros hábitos.


Ya no comprendimos que la era iba cambiando,
y dejamos de distinguir ya los conceptos:
la palabra cambio, nos fue extraña;
revolución, lejana;
moderno, nos dio risa;
arte, nos dio nostalgia;
futuro… nos dio tristeza.


Aprendimos a soñar, pues:
nos dieron utopías
y creímos que el mundo cambiaría.

Salimos a las calles,
a los montes.

Bebimos de las fuentes más nutricias.

Leímos de los libros,
los más sabios.

Tomamos de los vinos
de odres nuevos.

Sí, tienes razón, se por qué estas triste.

Para los que nacimos cuando Macondo fue inaugurado,
(eso fue el 67)
descubrimos otra voz que iba a ser nuestra,
soñamos un lenguaje indestructible.


Y llamamos a nuestros poetas
como si fueran del barrio: Gabo, Roque, Alfonsina;
tratando a los más viejos siempre con respeto:
El señor Fuentes, Don Vargas Llosa, Neruda, Paz.


Enamoramos nuestra primera novia invocando a Benedetti:
“ compañera usted sabe que puede contar conmigo,
no hasta diez, ni hasta cinco,
si no,
contar conmigo”

Y alegramos a más de una suegra,
gastando nuestros ahorros en el día de las madres.

Llevábamos serenatas al pie de la ventana,
¿te recuerdas?
(aunque al final, toda la vecindad la disfrutaba, no nuestra voz, por supuesto,
pero más de un amigo solidario hizo un debut exitoso).

Los hombres (los muchachos de entonces,
mejor dicho),
nos dejábamos crecer los bellos del mentón,
deseando barba;
y las mujeres (las muchachas de entonces,
también, mejor dicho),
conocieron a Simeone de Beauvoir,
la teoría de género,
y adoptaron un color por estandarte… y
se enamoraron menos,
haciéndonos así más desafortunados.

Pasamos de un siglo a otro siglo
siendo ya más que adultos.
Por eso extrañamos viejas cosas:
los niños que fuimos jugando por las calles sin peligro.

¿Te recuerdas que inauguramos los documentales de Cousteu
y fuimos en su Kalipso viendo el mar en blanco y negro?

Nos quedó el espíritu un poco triste.
Que no nos culpen: seguimos en el luto
de los sueños que se han ido.



Es que un domingo 23 de marzo del año 80,
a las 8 de la mañana,
escuchamos una voz que nos hizo llorar de esperanza;
y un lunes 24 de marzo a las 6 de la tarde,
vimos caer a San Romero ahogado en su sangre,
y tú y yo éramos niños, por poner un ejemplo.

Es que no volvimos a ser los jóvenes de antes;
Es que nada nos pareció ya real,
serio o valioso.

Y luego vino la distancia, la nostalgia de un
lugar y de la gente. La ausencia del abrazo fraterno
en los portales: de bienvenida o despedida.
La falta de las cosas fugaces, menudas y sencillas…voces,
cielos, sabores…el olor de la tierra.

Y fuimos aún más extraños, extraños en el siglo
y en tierra extraña.

Pero sabes que…

No estés triste,
La vida es bella.
La vida es bella.

Y nosotros fuimos aprendiendo a sopesar
el valor de la amistad en las buenas
y en las malas.

Ya son más de veinte años que tú y yo nos conocemos.
¿Dime si eso no es hermoso y si no somos realmente afortunados?

Nos ha crecido la paciencia,
el valor por lo real,
y auque lo neguemos,
el corazón no olvida nunca sus buenas costumbres.
Aparte, que el crisol del dolor nos iba haciendo más fuertes.

Hemos aprendido a sentirnos a
gusto en cualquier sitio: allí
donde haya gente que nos quiera.

Nos quedó la maña también,
de ser gregarios,
de hablar en plural,
de echarle más agua a la sopa de frijoles,
por si alguien llega… y se queda.

Aprendimos un poco más a distinguir las esencias de las formas;
y ha desprendernos del pasado…
para poder caminar.

Así que… déjate de cosas, Jorge,
¡desempolva los sueños,
sacude los libros,
saca a asolear las utopías,
canta mientras caminas por la calle…!
-aunque digan que estás loco-
.
Aprende otra vez el nombre de las flores;
vigila de nuevo las constelaciones:

Pon el corazón en el lugar que antes tenía.

Y piensa que algún resplandor nos queda,
algún destello,
que en algo
le ha de servir al mundo.


Y no olvides, que sigo siendo siempre tu mejor amigo.


Jorge Castellón
Septiembre del 2006

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