Con suma tristeza me entero del absoluto desinterés con el que han sido considerados, por parte de las empresas privadas de construcción, los hallazgos arquelógicos en la finca El Espino. Los restos prehispánicos descubiertos y destruidos por los tractores que preparan el terreno para la autopista Diego de Olguin, y el acto despreciable de no detener los trabajos de construcción una vez detectados los primeros hallazgos, son una prueba más, entre muchas otras, de la falta de interés, por la verdad histórica de El Salvador.
Pero más aún, esta voluntaria negligencia, es un síntoma claro de la cultura autodestructiva que prevalece en el pais. Destruir el propio pasado, ocultar la propia verdad, enterrar la propia historia en favor de la recompensa inmediata, del enriquecimiento, de la voracidad, del apropiamiento, tan sólo puede adjudicarse a una ya muerta y putrefacta conciencia del respeto a la cultura nacional. Nunca como en El Salvador, la palabra nacionalismo ha dado más de sí en su tergiversación y desfiguración. Creo, que nunca en la historia centroamericana moderna, se ha presentado, por delimitar un espacio y un tiempo, tanta falta de responsabilidad por el patrimonio cultural vernáculo, en favor de los ya prefijados proyectos de seudo desarrollo urbano, que persiguen tan sólo, intereses de enriquecimiento con base a licitaciones endemicas y seculares compadrazgos.
Pero más todavia, todo ello obedeciendo a una politica de un tal desarrollo social-urbano, que pasa por encima de consideraciones ecológicas, culturales, jurídicas y humanas, y que busca favorecer la desmedida y deshumanizada politica economica mercantilista de vertiente salvaje-liberal dentro de la cuál, estos los planes urbanos son diseñados.
Dentro de veinticinco años, existirá en El Salvador, un paisaje gris y negro de calles y autopistas, por donde se veran transitar largos camiones de carga en ruta de norte a sur, que dejaran a su paso, gruesas capas de humo negro, sobre los techos de lata de las maquilas. En circulos estrechos, sobre algunos inclinaciones, quiza de antiguos volcanes, se apiñaran las residencias blancas de los ejecutivos temporales de las empresas internacionales de abastecimientos. Veremos tan sólo el verde de los árboles que adornan los Courts Food de los centros comerciales y uno que otro negro rio de amarillas espumas.
A lo lejos, amontonadas sobre montículos de tierra erosionada, las grandes colonias, más grises aun, de los maquileros y maquileras, que cada mañana, como hacia un destino inexorable, se dirigen a su jornada de doce horas, bajo la sombra de los sueños imposibles.
Jorge Castellón
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