El arte y la realidad.
(Este texto es la primera parte del articulo titulado Literatura e historia en El Salvador: 1929-1998. Publicado en la Revista Amsterdamsur, Holanda, Invierno 2011)
La pobreza, la injusticia social, la presencia del bien y del mal en
el mundo, la existencia misma del pobre como personas reales que cargan el
sufrimiento del mundo, más que un problema estético, han sido, para la persona entregada a la creación
artística, un problema ético, y más aún, ha significado una actitud política que directa o indirectamente ha
afectado su arte creativo. Y es que, la verdadera obra de arte, aunque nazca o
se inspire en un hecho concreto donde ese mundo se manifiesta, en una
circunstancia precisa que acontece en ese mundo, tiende por su unicidad y
significado, a ser universal, a abarcar diferentes sucesos en el tiempo y el
espacio, y aun más, a guardar su lugar en el futuro, como creación viva.
Es esa actitud política- es decir, actitud ciudadana- y es esa actitud humana, la que hace que
Picasso nos herede su Guernica; Neruda sus Odas, Rulfo, sus cuentos, Gorki su novela y Dante,
un idioma. El arte no escapa de la realidad, de sus preocupaciones y
ocupaciones, ni de las utopías que toda
realidad que quiere ser transformada, conlleva. Pero, lo particular
en el arte, es que junto a esas circunstancias objetivas, la pasión y la
afección de la persona que crea, hace nacer una obra irrepetible que no sólo va
hablar de las cosas de su tiempo, y de sí misma, sino, de las cosas de otros
tiempos, y de todos nosotros. Por ello pervive la tragedia griega, la épica de
Homero, porque sin obviar la guerra entre los humanos, hace que recordemos una
pasión de amor, o una esperanza
enamorada....
Lo que rodea al Quijote, y los que lo observan o encuentran, o
dialogan con él, o son apaleados por él,
son personas de su tiempo, estaban y están ahí, y ahí los ha dejado
Cervantes para la eternidad. Pero la pasión y el amor del héroe más digno de la
historia de la literatura, capaz de haber creado un carácter para la humanidad toda, no por ello pierde brillo estando inmerso en
su tiempo y en su espacio. Ya la llanura española no existe sin su flaca
figura. Como si sólo fuese él, siendo en su circunstancia.... en su mundo.
Entonces, si la realidad
obtiene una manifestación distinta
en el plano del arte, pues como tal, el arte viene a ser una cristalización irrepetible de esa profunda ,
compleja y genuina subjetividad – la de ese o esta artista-
en su mundo concreto,
entonces, esa trasmutación de la realidad que hace esa persona- artista,
provoca que en un momento determinado,
el mundo, en lo peor y más triste de su materialización física y
espiritual, nos afecte de una forma distinta a través de su
creación, que en sí, ya no le pertenece
a quien la crea, sino, que ya es parte de la
realidad misma, de la comunidad de personas de este mundo, en el
presente y en el futuro. Y aquel afectar puede resultar aún más significativo y
perdurable, que la simple y directa mirada sobre las cosas.
Pero hay algo muy importante en la función del arte, pues cuando
escribe Ana María Matute, que “la
alegría no nos necesita”, se sigue que la alegría se basta a sí misma para
vivir en el mundo, en tanto que la tristeza, esa actitud primera frente al mal
del mundo, nos necesita para hacerse más patente entre nosotros. Pareciera que
destacar lo bello, lo bueno y lo verdadero siempre nos es más grato que develar
lo feo, lo malo y lo falso. Y de esta
forma, una parte esencial del verdadero arte parece ser siempre que este, nos
habla de lo triste.
Por otro lado, cada expresión artística, alberga la posibilidad de
contribuir, a despecho de sí misma, a crear una más amplia mirada del mundo, de
la vida de las personas, de su sino y destino, de sus sueños. Y en su vivo
reposo, este libro, o aquel lienzo, nos vinculan a la historia misma hasta sus
nimios y tristes detalles de existencia.
Los pobres en la Revolución Industrial -esa comunidad vista tan
claramente en las obras de Charles Dickens-; las masas anónimas que esta nueva
sociedad capitalista empieza a crear, retratados en los lienzos de Vincent Van
Gogh, continúan viviendo a nuestros ojos, y de esa forma, nos permiten percibir
una realidad en movimiento, de manera simultánea: pasado y
presente se funden.
Ese lienzo de aquellos, "Los comedores de patatas"
del apasionado pelirrojo holandés, son un inmenso grupo de gentes que habitan
en cualquier rincón del planeta. Son los mismos que existen en Los
Miserables de Hugo, en La guerra del fin el Mundo,
de Vargas Llosa, en El Llano en llamas de Rulfo y en los poemas de
Miguel Hernández: son los niños hortelanos, que
por supuesto, también existen en Cuentos de barro del salvadoreño
Salarrué.
Pero el arte nos hace de igual forma, ver o soñar el futuro. Así,
sobre la literatura, el mismo Carlos Fuentes siempre ha afirmado la posibilidad
que nos brinda de imaginar el pasado y recordar el futuro. De que el
escribir, esa acción de poner en orden aquello que está disgregado,
permite el arribo a esa fugaz percepción de la circularidad misma del tiempo
humano. Es en este punto del futuro que el arte nos conduce silenciosamente,
subrepticiamente... a la utopía. Y la obra de arte puede resumir, condensar si
se quiere, o contener la inmensidad de un sueño de futuro de todo un grupo
social, de una clase, de una nación, tal vez, de una época.
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