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Borges y los seres imaginarios



Borges y los seres imaginarios


Con el nombre de “Manual de zoología fantástica”, fue publicado en 1957, lo que diez años más tarde, con el nombre de “El libro de los seres imaginarios”,  llegara a ser uno de las obras más curiosas y amenas que Jorge Luis Borges haya escrito.

Elaborado en la colaboración de Margarita Guerrero – con quien también escribió “El Martin Fierro”  y de quien existe poca información biográfica y artística-,  este libro, que para algunas personas es una obra menor dentro de la creación literaria de Borges, pertenece al grupo de    escritos que el gran argentino trabajara en colaboración con otros escritores y escritoras, entre quienes se destaca, claro está, Adolfo Bioy  Cáceres. Ese conjunto de obras que Borges decide excluir de sus obras completas.

El libro en su primera versión, fue traducido al italiano (1962), al alemán (1964) y al francés (1965); para luego, en 1967, cuando es ampliado  y publicado con su nuevo título, ser traducido al inglés (1969) y al japonés (1974). Pocos libros corren esta suerte, mucho menos si se les considera,  frutos  menores de algún escritor.

La obra es de alguna forma,  un recuento de cosas fantástica, o si se quiere, una investigación organizada de lo imaginativo de los pueblos, expresada en eso que algunos han llamado “bestiario” o lista de seres fantásticos, o por qué no, de antiguas y bellas leyendas, de curiosas y extrañas anécdotas. Encontramos, pequeños extractos que describen bestias soñadas por Poe o Kafka; descripciones de sirenas, dragones, esfinges, ninfas. No faltan el unicornio, el Golem  y el centauro entre decenas de seres increíbles; en total, 116 seres imaginarios.

En el prólogo, los autores acentúan el carácter incompleto de la obra e invitan al lector a continuar agregando nuevos seres, puesto que  la imaginación, bien lo sabe Borges, es infinita.

Su lectura deja quizá, en el lector curioso, un anhelo de creatividad, un deseo de invención lúdica. Pareciera que cada criatura es un estimulo para imaginar, recrear y contar. El libro, es de suyo un capricho, en el más ingenuo  y placentero sentido del concepto: un  capricho borgeano, como lo fue su estudio del inglés antiguo, o su  deseo de aprender árabe a días de su muerte. Y a la postre, como sucede con Paganini, el capricho de un gran artista es el solaz de muchas generaciones por venir.

La  escritura del libro fue, por otra parte, un ejercicio de imaginación, más que de recolección; de inventiva, más que de investigación. Un placer de creación y recreación de viejas tradiciones y culturas. A la postre, su material es la imaginación humana, ese elemento fundamental de toda cultura. Bien argumentaba Carlos Fuentes, que toda creación lo es en cuanto procede de una tradición.

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