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La Música en Cuba

La música en Cuba

La obra de Alejo Carpentier destaca en el horizonte de la literatura latinoamericana por su prosa exuberante, conformada por un riquísimo léxico y una construcción fantástica de  significados, que hacen referencia a una no menos maravillosa realidad natural y social del llamado Nuevo Continente americano.

La ardua labor investigativa, en este escritor, se aúna a su creativa veta novelesca. Pero investigación histórica, ensayo y ficción, encuentran una integración sorprendente, por un lado, en la manera de narrar el hecho histórico; y por otro, en la forma de construir esa prolija ficción, que él llama, “lo real maravilloso”. Obras como El reino de este mundo, o Los pasos perdidos, pasando por El siglo de las luces, se nutren de un profundo conocimiento de la historia política y social de América hispana y anglo-  francófona.

Uno de sus ensayos más sobresalientes,  y que inaugura la investigación musical de la nación cubana, es el llamado La música en Cuba. Publicado por El fondo de cultura económica en 1946 - cuando aún el autor de Concierto barroco se halla viviendo en la Republica de Venezuela, a raíz de su exilio político de la Isla que lo vio nacer en un diciembre del año  1904-, este ensayo de cerca de 400 páginas hace un recorrido por diferentes momentos políticos, culturales y biográficos, que permiten reconstruir muy pormenorizadamente aquellos hechos que van a permitir el florecimiento de la riquísima cultura- musical cubana.

Para Carpentier - quien aboga permanentemente por las bondades culturales del mestizaje latinoamericano-, la prolífera cultura musical de Cuba, es el resultado de la aportación que el criollo- independientemente de sus orígenes europeos, africanos o nativos-, ha realizado en un complejo contexto de  circunstancias sociales, políticas y geográficas.

Se describe en la obra - junto con otras determinantes fundamentales -  la importante condición que la geografía cubana tiene para  la influencia y el intercambio cultural: su ubicación en el Caribe, permite que antes de arribar a Nueva Orleans, por ejemplo, músicos y compositores hagan gala de sus producciones y ejecuciones a  su paso obligado por la Isla.   

Pero más aun,  se destaca el  papel creativo y fundacional que para la música cubana, juegan los artistas criollos de origen europeo que viven o transitan en algún momento, por la Isla: Esteba Salas – que Carpentier rescata del olvido histórico-;  Antonio Raffellin, Nicolás Ruiz Espadero, Luis Gottschalk, o Ignacio Cervantes, entre otros.   

Basado en una minuciosa investigación historiográfica – que incluye el estudio de periódicos, revistas y partituras originales entre otros documentos- el autor da una clara semblanza de la vida y  obra de cada compositor y de su importancia para la acumulación cultural- musical de Cuba.

De igual importancia es el rastreo que se hace de la paulatina e importante incorporación de ejecutantes y músicos criollos afro-descendientes, en el panorama cultural de la Isla, a mediados del siglo IXX. Escribe Carpentier,  por ejemplo: “Gottschalk fue [  ] el primer músico que utilizó en una partitura sinfónica la batería afro-cubana” (pág. 203). 

Como se sabe, la formación de Carpentier incluye un esmerado conocimiento de la literatura universal, claro, pero también de la arquitectura y de la teoría musical. Su padre, fue alumno de Pablo Casals, e introduce al futuro escritor en el mundo musical desde temprana edad, hasta  que este último decide cultivar el piano como medio de profundizar en la teoría de la música universal.

Para los lectores que carecemos de un mínimo de formación musical,  se abre una enorme limitante para apreciar las observaciones que el autor va realizando en su obra, en la que se denota su dominio preciso de la teoría y la ejecución musical. No obstante, la lectura de este ensayo, abre una  fuente invaluable de información y reflexión del por qué, hoy por hoy, Cuba sigue cosechado los frutos de una historia cultural ilimitada.

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